Las pisadas de Fernando
Cuando recibí la encomienda de llenar quincenalmente este fideo finiheraldístico, no hace tanto, vi que iba a turnarme los lunes con Fernando Sanmartín. Ojo con el contraturno. Todos tendemos a admirar aquello que no nos adorna, y algunos pecamos de adornar demasiado aquello que debiera palpitar a pelo, libre de zarandajas y envoltorios efectistas. El verbo de Fernando es puño enguantado, pero no golpea; lo suyo es más bien un choque amable de nudillos con sus lectores, saludo de pandemia que él ya había inventado antes; los ojos se solazan en esas reflexiones que esconden pistas del Cluedo y túneles de tiempo, huyen por espitas semiabiertas y regresan al papel para redibujarse con el paso de las páginas. Lo conozco poco, y lo aprecio mucho; es un tipo elegante, que mira a los ojos cuando te habla y no necesita levantar la voz o alardear de erudición para dejar huella en una tertulia. En esos largometrajes literarios suyos, ya sean novelas o dietarios viajeros, atrapa y no suelta: ‘Apuntes de París’, ‘Te veo triste’ y ‘Os contaré la verdad’, por ejemplo. En la poesía pespuntea reglas propias: lacera, cautiva, sorprende, mece, se pasa la métrica por el arco del triunfo y de rimar, ni hablar. A no ser que le apetezca, claro. En las columnas de este diario, burla burlando, consonantes y vocales ordenando, sin el menor aprieto ni (seguro) rictus forzado en el careto, este Lope aragonés pone las palabras a pasear y las doma sin fusta, como si las teclas fueran las patas de un caballo andaluz en pleno ‘reprise’. Que tío. En siete días lo tienen aquí. Ya verán ustedes.