Y mañana, Navidad

Mariah Carey, la artista que copa los listados cada Navidad.
Mariah Carey, la artista que copa los listados cada Navidad.
Heraldo.es

Casi, por poco… Mañana viernes será Nochebuena y pasado Navidad. 

En nuestra sociedad son fechas especiales que han ido diluyendo su sentido originario. Hoy destacan por ser festivos que justifican las vacaciones escolares de mitad de curso. El sistema educativo marca el tempo de nuestra vida social por encima de otros aspectos. Hemos dejado atrás los ritmos de la naturaleza. Ahora importa bien poco si hemos pasado el solsticio de invierno. El momento donde la luz vence a la oscuridad. Ese instante cuando el sol se encuentra a la mayor distancia angular negativa del ecuador celeste. Tampoco importa si tuvo un valor sagrado o fue una mera superstición. Se ha difuminado el valor simbólico de estos días. Pesan más el calendario escolar, la lista de días laborales y la de apertura de grandes superficies —que destacan por marcar picos de consumo— más que cualquier otra cosa.

Celebramos un periodo emocionalmente denso del calendario, pero cada vez queda más lejos de su significado primero. Pese a los belenes, los regalos, el turrón y las reuniones familiares se está borrando el valor transcendente de la Navidad en el mundo occidental. Hace ya décadas que la inercia de la sociedad de consumo se apropió del asunto. Papa Noel, Santa Claus o incluso ‘a tronca de Nadal’ se han convertido en excusas para comprar y regalar. Aquí convergen varios elementos. Primero, la secularización ha despojado de la densidad simbólico-sagrada el calendario y de la dimensión teológica que pudo tener. Segundo, las dinámicas comerciales donde todo se compra y se vende —24 horas, 365 días— han arrasado con los momentos especiales. Tercero, la destrucción creativa del capitalismo ha roto la sedimentación basada en la tradición que se cuida y se mantiene de generación en generación. Cuarto, el incremento de diversidad cultural motivado por los cambios demográficos y la movilidad de personas ha quebrado la homogeneidad de tiempos pasados. Quinto, la aceleración tecnológica provocada por la digitalización ha modificado la conciencia de las efemérides. Así, entre otros asuntos, la Navidad no es lo que era.

Sin embargo, merece la pena refrescar algunas viejas creencias que están en el centro de ‘lo navideño’. Una es la fuerza de la luz asociada al nacimiento de un niño que llamaron Jesús. Al "pueblo que andaba a oscuras" le avisó el profeta Isaías que le nacería un niño, esperaban y constataron que "un hijo se nos ha dado". Esa era y es una manera de poner en valor el futuro. El nacimiento de un bebé es una buena noticia en sí. Cuantos más años se tienen, más pesa el pasado, menos queda por vivir y viceversa. Nacer es llenar de esperanza el presente, lo cual cobra más fuerza en estos largos meses de pandemia y enfermedad.

En la Navidad cristiana se celebra que ha llegado para toda la Humanidad una fuente de bondad y esperanza, que Dios Padre, se encarna de María y se hace humano. Se recuerda un misterio, incomprensible si no se tiene abierto el corazón a la fe que brota de la tradición. Son palabras sostenidas en el tiempo como memoria que recuerda, rescatando del olvido lo que otros experimentaron. Es el relato de quienes vivieron en directo un acontecimiento clave en la historia de la especie humana. Un relato que ha perdurado con el paso de los siglos.

Otro detalle es el pesebre, alejado de los oropeles, de la riqueza y del poder. Un lugar ‘ilógico’ para que un dios se presentase a los mortales. La omnipotencia de lo divino se encarna en la fragilidad de lo humano, en una esquina arrinconada y vulnerable de su tiempo. Lo imposible fue posible y seguimos recordando que así fue y sigue siendo. Eso inverosímil a los ojos de nuestro tiempo sigue repitiéndose con la condición de creer en lo que significa y supone. Tomarse en serio el mensaje de la Navidad es caer en la cuenta de su dimensión espiritual frente al furor del consumo y de la opulencia. Es también recordar que nacemos, vivimos y morimos, pero que hay un horizonte de misericordia y esperanza que nos abre el corazón. La Navidad es el tiempo para clamar por el amor, la belleza y la solidaridad que tanta falta nos hacen.

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