Por
  • Octavio Gómez Milián

Canet

Escuela Turó del Drac, en Canet de Mar, con una pintada a favor de la escuela en catalán.
Canet.
EP

Un niño de cinco años. 

Veinticinco por ciento de las horas en castellano. Silencio administrativo, equidistantes buscando excusas de hedor variable. Insultan la inteligencia de los docentes. La mía. Yo, Octavio, hijo de maestros, marido de profesora, yo he modificado, adecuado y reorganizado mi programación didáctica, mi docencia en el aula, por dos alumnos, por tres, por un alumno, por sus necesidades, por la Ley, con mayúsculas. Ustedes utilizan el miedo para provocar silencio. Un Gobierno central que pacta con golpistas y con los que hablan de la luz que emanaba de los ojos de Troitiño. Mi Gobierno y acólitos: prensa de perfil, una oposición ridícula, sindicatos que se manifiestan a favor de las piedras y callan con el cierre de Nissan o la luz a precio de paladio. Aquí, en Aragón, esto no pasará nunca. Nunca es mañana. Quizá nunca sea un lustro. Quizá mi hijo tenga que sacarse el C2 de aragonés cuando tiene más cerca Soria que Valderrobres. Algún día habrá que abrir ese melón. El del aragonesismo ombliguista de la capital: al norte de Sabiñánigo todo es patués, las Cinco Villas de trigo y capillas, el este del Moncayo, la cuesta que lleva hasta La Confianza en Huesca donde cada domingo se escucha cómo se celebran los goles que mantienen al Zaragoza en segunda, la entrada de Alcañiz, los de Teruel mirando a Valencia, porque es más fácil estudiar arquitectura y bañarse en la Malvarrosa que ir en autobús hasta Delicias. Una cuarta parte y cinco años. Señor Sánchez, usted tiene las matemáticas de su lado. Aunque algunos números lo discutan.

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