Por
  • Carmen Herrando Cugota

Ingrata Europa

Ingrata Europa.
Ingrata Europa.
Pixabay

Menos mal que finalmente la Comisión Europea ha retirado la indicación que hacía a sus trabajadores para que no felicitasen la Navidad, sino simplemente las ‘fiestas’. 

Menos mal, porque, además de ingratitud, el asunto estaba cargado de estulticia y de mezquindad. ¡Cómo se puede pedir algo así poniendo como excusa la cantinela de la inclusión! ¿Hay algo más inclusivo que celebrar lo propio, lo que se viene festejando desde siglos, y más si forma parte de lo que configura una civilización? ¿Celebrar lo tradicional está acaso reñido con participar en lo de otros, con abrir a estos lo propio para que lo conozcan y estimen? Este gesto, afortunadamente reparado, hace pensar en el desmoronamiento de la civilización europea al que asistimos con dolorosa indiferencia.

Muchos pensadores barruntaron a mediados del siglo pasado el desastre civilizatorio en que estaba cayendo nuestra vieja Europa. Emmanuel Mounier, vislumbrando lo que iba a suceder, fundó en los años treinta una revista de pensamiento –‘Esprit’– y se propuso rehabilitar el concepto de persona como elemento de unidad para todos los seres humanos y argamasa cohesionadora entre diversas posiciones políticas y humanistas. Tras la guerra, Albert Camus iniciaba la colección ‘Espoir’ en la editorial Gallimard, haciendo, con tal nombre, un guiño a la novela de su compatriota André Malraux, ‘L’Espoir’ (la esperanza), cuyas páginas narran la experiencia de su autor en la guerra civil española. En el primer libro de la colección escribía Camus, a modo de editorial, estas palabras que trataban de contrarrestar la terrible experiencia de la guerra: "Reconozcamos, pues, que es el tiempo de la esperanza, aunque se trate de una esperanza difícil. Esta colección, de manera sencilla y desde un lugar modesto, puede ayudar a denunciar la tragedia y mostrar que ni ésta es una solución ni la desesperanza una razón. De nosotros depende que estos sufrimientos se conviertan en promesas".

Es un signo de la crisis de nuestra civilización que la Comisión Europea, con la
dudosa cantinela de la ‘inclusión’, haya tenido la tentación de eliminar la Navidad 

Y en Espoir publicó Camus poco después varias obras de Simone Weil, comenzando por ‘L’Enracinement’ (el arraigamiento o ‘Echar raíces’, como se ha titulado en español), un texto que él mismo calificó de "tratado de civilización", y del que dijo: es "uno de los libros más lúcidos, más elevados, más hermosos que se han escrito después de mucho tiempo sobre nuestra civilización". Estos y otros autores, creyentes o no (de los tres nombrados aquí solo Mounier era cristiano confeso), se refieren a la centralidad de una civilización, la europea, la occidental, la nuestra, cuyos tres pilares son Atenas, Jerusalén y Roma. Y es imposible negar en ella la importancia del cristianismo, la irradiación del que en los primeros siglos de la era cristiana fue considerado como ‘Sol Invictus’, recogiendo una antigua tradición romana, para destacar precisamente su luz sin ocaso; por ello, en el siglo IV se puso en el solsticio de invierno la fiesta de la Navidad o Natividad de Jesús, quien había venido al mundo en un pueblecito judío bajo administración romana, en tiempos del emperador Augusto.

Si los acontecimientos se señalan es porque dan luz o simplemente marcan hitos en la historia, que merecen ser recordados. La primera Navidad daría a las gentes sencillas que la acogieron el apreciar que la historia tiene un sentido, a pesar del estrépito de las guerras y los odios entre los hombres, que siguieron estallando con mucha mayor frecuencia de la deseada. Y trazó un punto referencial en nuestra civilización, que, aun con las grandes dificultades de siempre, quedaría impregnada de aquella misericordia que transmitía a la sazón y sigue transmitiendo hoy el portal de Belén: un Niño pequeño, con sus padres, en un establo para animales al que iban llegando visitantes asombrados: pastores de ovejas, lugareños, y hasta unos sabios que procedían de muy lejos siguiendo una estrella desconocida.

Navidad es un acontecimiento pequeño de hace más de dos mil años, que sigue dando luz a nuestra vieja Europa. Y ningún gran pensador no cristiano sabría negar la esperanza y la alegría de este hecho que celebramos al inicio de cada invierno, y nos recuerda que tenemos entrañas, que el ruido abrumador del mundo y toda su violencia todavía dejan respiro. Así, cuando termina el año nos estrechamos las manos, sonreímos, y nos miramos a los ojos, pues la fragilidad, la alegría y la esperanza son necesarias, y no podemos prescindir de ellas sin sepultar nuestra propia humanidad.

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