Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Inmóviles

Inmóviles.
Inmóviles.
Leonarte

Aunque no existe ningún problema en llamar móvil a este objeto portátil, lo cierto es que los teléfonos móviles, estos artilugios que condicionan nuestras vidas, se convierten en instrumentos de nuestra inmovilidad.

Si alguien, por ejemplo, pregunta en un buscador algo tan objetivo como la estatura de Messi, y comete la imprudencia de clicar la primera respuesta que contenga el término ‘enano’, entrará en un bucle en el que las siguientes búsquedas le conducirán a enlaces cada vez más radicales e irracionales. Traslade esta absurda espiral a las vacunas o a la inmigración y entenderá parte del caos existente. Vivimos bajo la tiranía de los algoritmos, que nos radicalizan y nos inmovilizan, manteniéndonos amarrados a nuestros inamovibles prejuicios.

Los teléfonos, que se inventaron para comunicarnos y para sacarnos de nuestro natural aislamiento, se han convertido en grandes focos de incomunicación. La soledad genera monstruos, pero cuando se vive pertrechado con los correspondientes teléfonos móviles, esos monstruos acaban devorando al sujeto.

La telefonía móvil es hoy un círculo interminable de contactos y bloqueos, de allegados y desconocidos, de efímeros gustos y perpetuos disgustos. Todos llevamos un ‘troll’ o un ‘hater’ dentro, esto es, un cantamañanas borde. Pero nunca como ahora la sociedad había permitido que aflorara constantemente desde la más lóbrega cavidad del alma.

Los teléfonos móviles permiten al ignorante creer que es un sabio, solo porque ha encontrado aleatoriamente dos páginas que hablan de una determinada cuestión. Nos hacen peritos en todo, que es lo mismo que ser resabiados ignorantes de la nada. Por ejemplo, hay que ser un consumado experto para conocer cómo se fragua el precio de la energía. Sin embargo, nos encontramos en cualquier ámbito con infinidad de opinantes que, con el mero recurso de Google, nos ilustran con incontenido frenesí.

Los teléfonos, que se inventaron para comunicarnos, se han convertido con el móvil en instrumentos de incomunicación

Se empieza calificando de ‘inteligente’ al teléfono y se termina constatando que el número de intelectuales supera al de intelectos. Por las autopistas de la información, convertidas en vías pecuarias del pensamiento, discurren las acémilas y los rebaños. La cultura se ha apoyado siempre en la jerarquía de los autores, de los creadores y de las fuentes. De ahí que se haya transmitido en escuelas y universidades. Hoy, gracias al móvil, muchos presumen de ser autodidactas, pero olvidan que todo autodidacta tiene por maestro a un ignorante.

El historial de las páginas de nuestros móviles constituye nuestro autorretrato interior y lo cedemos con increíble facilidad, a través del infinito laberinto informático, a unos desconocidos. La mente de un ser humano es fácilmente manejable, lo saben los demagogos y los embaucadores, los vendedores de humo y los compradores de voluntades. Gracias a los teléfonos móviles somos nuestros propios manipuladores, los tiranos de nuestro propio vasallaje.

Circulas por la calle y estás obligado a sortear a personas que, manejando el móvil, chocarían imprudente e impunemente contigo, pues se comportan como zombis. Algunas, que llevan perro, son conducidas por este, mientras no paran de utilizarlo para escribir, leer o escuchar. Salvo los sentidos químicos, gusto y olfato, el artilugio absorbe el resto con inusitada frecuencia.

El teléfono móvil absorbe nuestros sentidos y acaba generando monstruos que pueden devorar al sujeto

Casi todos acabaremos perteneciendo a un rebaño virtual. El problema radica en que no sabremos quién lo pastorea y hacia dónde. Mientras tanto, tendemos a creer que somos lobos esteparios, aunque no pasemos, en el mejor de los casos, de cabras montesas antes de despeñarse.

Reiniciamos los aparatos tecnológicos cuando se cuelgan, pero mucho me temo que estos artilugios también ‘resetean’ nuestro mapa cerebral. Quién nos iba a decir que llevaríamos a nuestro alienador personal en el bolsillo del pantalón o del abrigo. Mientras desaparecen las cabinas telefónicas, permanecemos colgados de un móvil.

Vaya, tengo que dejarlo aquí. Se me acumulan los avisos en el móvil.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión