La palabra
Cercana la Navidad, cuando crecen los mensajes de paz y entendimiento –bienvenidos sean– me pregunto si es posible hacerlos realidad más allá de la retórica.
¿Estamos dispuestos a dar a la palabra el lugar que merece en la convivencia cotidiana? Pienso en lo poco pedagógicos que son los intercambios verbales entre actores públicos, sin apenas escucha y a menudo con insultos; también en que la conversación colectiva, sobre todo a través de las redes, se atasca en desencuentros, distanciamientos y aun abiertas confrontaciones. Es como si las burbujas recomendadas para no contagiarnos se hubieran convertido en mundos de lenguajes inconmensurables, configuradores de marcos de pensamiento aislados. ¿Sirven hoy las palabras para entenderse? Quienes creemos en el diálogo queremos pensar que sí, que pese a los diferentes marcos –universos de creencias e intereses que conforman y dan sentido a lo que somos– hay un margen de bagaje común que permite hablar. No se trata de endulzar los intercambios conflictivos, sino de abordarlos desde el respeto al otro a través de la palabra. Al respecto, permítanme rememorar, en esta atmósfera prenavideña evocadora de la infancia, sentencias de mi abuela María, nacida en el Mas de Espada, cerca de Castellote, y que llegó a centenaria. Ante un conflicto, sentenciaba: "Se dirá lo que se tenga que decir", eso sí, sin hablar "una palabra más alta que otra". Sinceridad, equilibrio y respeto, reflejo de una sabiduría aragonesa que no habríamos de perder.