Días cruzados

Días cruzados.
Días cruzados.
Heraldo

Hay días que vienen cruzados. 

Si algo puede complicarse, se complica. Son esas ocasiones donde los planes se trastocan por motivos insospechados. De cualquier tipo. Unos son responsabilidad personal, otros ajenos a la propia voluntad. Entre los primeros cabe de todo, desde dejarse las llaves colgadas en casa y luego no encontrarlas en el bolsillo donde deberían estar. O no poder abrir el candado de la bicicleta –que llevaba semanas avisando– y terminar buscando una ferretería para comprar una sierra de metal con la que luego estar un buen rato dando el cante en plena calle, corta que corta. Entre los segundos, los contratiempos son innumerables y, casi siempre, inesperados e inexplicables, hasta que suceden. En cualquier caso, ambos se producen cuando los deseos no encajan con la realidad. Ni el ritmo de las cosas, de los acontecimientos, ni de los demás se ajusta a lo previsto y esperado.

Los contratiempos, más o menos graves, forman una parte de la vida de cada cual. Pero también pueden convertirse en oportunidades para cambiar

A casi todo el mundo le cambian el humor las contrariedades. Con el paso de los años, se aprende a encajarlas más o menos mejor, pero no necesariamente. Algunos cuanto más viejos, más refunfuñamos. Sea como sea, con cada frustración la paciencia se pone a prueba. Hay que frenar y frenarse, sobre todo cuando se quiere hacer más de lo que cabe o ir más rápido de lo factible. Es un aprendizaje que cuesta. Como decía mi madre, "no querrás, pero ya se te bajará la pez al culo". No es necesario explicar el significado del refrán.

Las complicaciones siempre tienen una dosis de realismo. Si son insalvables, no queda más remedio que aceptar. Es la única libertad que nos dejan a la mano. Ahora, si queda un resquicio para superarlas, entonces piden a gritos una mirada de segundo orden, las más de las veces, con un cambio de perspectiva. De esa forma, es posible percibir otra cara del asunto e interpretar los hechos de otra manera. Precisamente, con el tiempo, se descubre que siempre tenemos la posibilidad de leer lo que nos pasa y ahí radica otra fortaleza de nuestra libertad. Vivimos narrando lo que somos y vamos siendo. Se confirma aquello que recalcaba Heinz von Foerster: "La objetividad es la ilusión de que las observaciones pueden hacerse sin un observador". Siguiendo esa estela, los problemas lo son en tanto que se viven como tales. Se pueden convertir en oportunidades, también en esperanza más allá del infortunio. Eso sí, la dosis de dolor y de trauma es intransferible, como la de placer y emoción. En esos momentos, la capacidad de leer el mundo es la condición que nos hace humanos.

La responsabilidad de dar sentido a lo que nos sucede recae sobre nosotros mismos

A poco que se haya vivido, es fácil señalar en el calendario los días que marcaron un antes y un después. Se cuentan los éxitos, pero también pesan los fracasos. En cierta medida, esos días más o menos aciagos se convierten en hitos donde se bifurca –quizá traumáticamente– el camino de cada quien. E incluso se descubre que las circunstancias no son las que eran y el mundo ha cambiado sin que uno se diese cuenta. Es vivir y vivir es, si se permite la definición: recomponer la conciencia personal de los acontecimientos dotando de sentido lo que fue y no es, pero también lo por venir que todavía no está. Por eso vivir es un arte, un saber trazar las distinciones que permiten poner la propia conciencia en el lugar donde se quiere estar. Las cosas son como son, pero las vivimos como queremos vivirlas y como dejamos a nuestra propia conciencia que sienta. Esta explicación es contraintuitiva y choca, además, con el materialismo dominante. Es uno mismo quien se dota de sentido más allá de las condiciones materiales del día a día. Esto remite a una visión trascendente de la vida. Por eso cabe recuperar aquello de san Agustín cuando escribía en sus ‘Confesiones’ (III, 2,11) "interior intimo meo et superior summo meo".

Los días que vienen mal, al igual que las enfermedades y penurias chocan con la vida de gominola en que nos envuelve la sociedad del ‘infotainment’ –del infoentretenimiento–. Chocan con la sociedad de consumo y de divertimento que –en el sentido más etimológico– se desentiende de las responsabilidades y de las ataduras que trae la vida cotidiana. Por cierto, aunque no sea noticia, estamos en tiempo de Adviento, pronto será Navidad.

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