Aprobados regalados
M (llamémosle así) refugiado de Siria, llegó a España hace seis años.
A los trece dejó su casa, sus amigos, parte de su familia, su lengua, su cultura y su alfabeto. Como si usted tuviera que aprender ruso en caracteres cirílicos o árabe en alifato. Volver a empezar. M. ha tenido que aprender otra lengua que lleva aparejada una historia, una literatura, una geografía, una aritmética… Saberes básicos que todos los indígenas le van a exigir como si fuera nativo. M., como tantos otros, ha llegado a 2º de Bachillerato. Arrastra materias de primero pero ya está aquí. Si aprueba y hace Evau, cabe pensar que su calificación no será para tirar cohetes.
Cada año, la escuela consigue acompañar a miles de M. hasta el título de ESO, FP o Bachillerato. Como es costumbre, unos nos dirán que los regalamos. Otros, los que no escolarizan ni al 10% de los M., alegarán que como su nota está dos puntos por debajo de la de Miguelito o Pilarín, es mejor recortarnos recursos, como proponía el ínclito Wert, y entregarlos a quien sabe sacarles partido. Los profes Perplejos conocen a M. y saben que ha recorrido un camino más largo y accidentado que nadie. Y a la pata coja. Pero cuando M. cotice y pague la pensión de la abuela de Miguelito o Pilarín, nadie protestará. La escuela en Aragón atiende a 30.000 M. cada curso. Si M. saliera de la escuela sin un título, estaría abocado a la economía sumergida. A lo mejor es que los prefieren ahí. Por cierto: de aprobados regalados, mejor no hablar.