Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Ola de frío constitucional

Acto oficial del Día de la Constitución en las escalinatas del Congreso de los Diputados.
Ola de frío constitucional.
Chema Moya / Efe

En España no sabemos organizar ceremonias institucionales civiles. 

Las imágenes del pasado día 6 en la carrera de San Jerónimo evocan las del ‘juego del calamar’, pero con abrigos de fríos, tristes y protocolarios azules. ¿Los discursos...? Bueno, parece claro que no estamos ante Besteiro ni Hernández Gil.

La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, destacó que la Constitución es "expresión de un consenso fundamental… referente de valores y principios en los que sentirse reconocido". Se oyeron otras voces, demasiadas voces, entremezcladas con ruidos y silencios que embarraron el mensaje institucional. Una composición musical organiza notas y silencios; un discurso político no verbal se compone de presencias y ausencias. Ausencias sonoras, que no buscan el silencio sino el ruido: ¡que se vea que no nos ven! Otras, no decididas por los ausentes. No está el firmante primero de la norma que se conmemora (ni aquel, ni el que hoy ocupa su posición institucional); se difumina así la naturaleza de la Constitución como ley del Estado español. La idea de una ley del pueblo es simpática, pero poco técnica: aprueban las Cortes, el pueblo refrenda y el Rey sanciona. Fueron necesarias las tres llaves para abrir aquella puerta.

Si al pie de las escaleras el resultado es cacofónico, en el interior del Congreso se oyen otros discursos todavía más disonantes. A la luz de tantas declaraciones y tan divergentes, parece que esta vez el día debiera renombrarse como ‘día de los objetores a la Constitución’.

El acto institucional con el que se celebró el Día de la Constitución resultó frío e impostado

Las ausencias buscadas han dado un salto hacia el pasado: ya no basta con dejar claro que no están aquí, se trata de afirmar que tampoco estuvieron allí, en 1978. Declaraciones como las del portavoz del PNV Aitor Esteban contienen, bajo su tono culto y comedido, mensajes que no solo critican el texto de la norma constitucional sino que asientan un modelo político alternativo, como el que defendió en su tesis doctoral: la Constitución no es ley, sino contrato. Las leyes obligan a todos, los contratos solamente a quienes prestan su conformidad. El nacionalismo vasco no consintió, luego no está obligado por ella. Nada extraño; es la lógica pactista. Sabino Arana, pero enriquecido.

Supongo que cuando la presidenta Batet insistía en que la Constitución obliga de manera especialmente intensa a los representantes políticos, estaba recriminando ese tipo de expresiones de constitucionalidad alternativa. Está claro que la Constitución no es la regla del juego del doctor Esteban y de aquellos a quienes representa; un juego que –son su palabras– no tiene árbitro que él reconozca. Ni el Tribunal Constitucional (al que expresamente niega esta condición) ni el Rey, que ni menciona. Ha debido haber una reforma constitucional de la que no me he enterado y el artículo 56 se ha derogado. Recuerdo: "El Rey… arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…".

Una buena parte del Gobierno y de quienes se corresponsabilizan de sus leyes están fuera de la lógica constitucional existente y se jactan de ello. En este contexto, los discursos presidenciales de reivindicación o defensa de la Constitución resultan ingenuos o impostados. Fríos.

Creo que las explicaciones dominantes sobre lo que hicieron en 1978 abordan el tema con un enfoque incorrecto: asumen que fue la ley la que trajo valores y principios; en mi opinión, en la mayor parte de los casos, es la inversa: la previa existencia de un consenso sobre determinados principios y valores fue la que permitió verbalizarlos en un texto legal.

No es sorprendente, cuando buena parte del Gobierno y de las fuerzas en las que se apoya presumen de situarse fuera de la lógica constitucional vigente

Lo que llamamos ‘Constitución’ es una ley para fijar valores, principios y realidades que ya se comparten y que son la constitución profunda. No es sensato abrir un debate sobre reforma del articulado constitucional sin tener previamente identificados nuevos principios, valores sociales, conceptos políticos y jurídicos reafinados sobre los que el pueblo español tenga un consenso fundamental. Las palabras de la presidenta Batet lo expresaron perfectamente.

No imagino una reforma constitucional de calado realizada en un solo esfuerzo, sin abordar primero las grandes preguntas del tipo ¿cuántos sujetos políticos soberanos? Y si varios, ¿cuáles y con qué fundamento? Mientras no haya nuevas bases, cualquier propuesta de reforma constitucional está llamada a la ineficacia. Y se sabe.

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