Por
  • José Tudela Aranda

Sentido común

Pedro Sánchez y Pablo Casado.
'Sentido común'
Ep/Efe

Definir qué se quiere decir cuando se apela al sentido común puede ser complicado. 

Pero, en general, todos lo entendemos. Se trata de una expresión universal. Bergson definía el sentido común como la facultad para orientarse en la vida práctica. Para Trout y Rivkin, es una facultad esencial que poseen la generalidad de las personas para juzgar razonablemente las cosas. Así, puede decirse que una definición aproximada entiende el sentido común como la herramienta más primaria que utilizamos los seres humanos para adoptar nuestras decisiones. Un poso de intuición, tiempo y cultura. Un poso que nos orienta en la confusión y en la ambigüedad. Es posible que en ocasiones pueda ser aburrido o que se considere que constriñe demasiado. Y puede coincidirse en la conveniencia de que en ocasiones nos atrevamos a discrepar de sus dictados. Pero es la excepción a la regla. La experiencia demuestra con constancia que conviene no discrepar. El sentido común es un excelente amigo y aliado. Pero no es sólo un instrumento para el comportamiento individual. También es una de las mejores reglas de las que se dispone para regir la convivencia. El sentido común es presupuesto inexcusable para un orden civilizado. Da la sensación de que se olvida. No es una sociedad propicia para valores que, incluso, se consideran antiguos, anacrónicos. Sucede algo parecido con la educación, otra pauta de comportamiento esencial para la convivencia. Desdeñarlos tiene consecuencias individuales. Nos empobrece, dificulta nuestras relaciones con los demás y complica las decisiones más sencillas. Pero las consecuencias van más allá. El ámbito de lo público, en su dimensión social y política, se ve afectado si se abandonan sus exigencias.

En la España de hoy, volver la mirada a cuestiones tan básicas como el sentido
común y la educación se antoja como un instrumento útil para comenzar a reparar los daños objetivos que sufren la convivencia democrática y el sistema político

Sí, porque el sentido común y la educación son también valores políticos. De hecho, me atrevo a escribir que son condición de una sociedad democrática. Y lo son en una doble perspectiva. En primer lugar, porque son condición necesaria de ese concepto tan etéreo como real que es la cultura política. Sentido común y educación son requisitos esenciales del mínimo de civilización exigido y exigible para que la democracia sea auténtica y no se limite a la repetición de procesos electorales. En segundo lugar, porque sentido común y educación son presupuesto de nuestro ordenamiento jurídico. Una Constitución bebe de muchas fuentes. Y muchas de ellas no son normativas. El sentido común es una de ellas. Sentido común como un sentir generalizado, como los valores que ordenan y cohesionan a una sociedad y le otorgan pautas de comportamiento tanto individuales como colectivas. Si el sentido común hubiese prevalecido nunca se habría renovado el Tribunal Constitucional como se ha hecho o hace tiempo que los españoles dispondríamos de un pacto estable en educación. Son sólo dos ejemplos entre los muchos que se podrían citar. Pero creo que se puede afirmar que muchos ciudadanos consideran que, de acuerdo con el sentido común, los dos grandes partidos nacionales deberían llegar a determinados acuerdos que sirviesen tanto para asegurar estabilidad en políticas esenciales como para evitar la dependencia de fuerzas políticas que tienen la pretensión declarada de erosionar si no destruir este Estado. Más allá, las leyes necesitan inspirarse tanto en valores como criterios técnicos. Entre esos valores, el sentido común, como expresión de un parecer general que sustenta la decisión política, ocupa un lugar privilegiado. De hecho, suele ser una mala idea legislar contra él. La proyección del sentido común sobre el ordenamiento jurídico no viene a ser sino una forma de expresión del ideal racional del constitucionalismo clásico.

En la España de hoy, volver la mirada a cuestiones tan básicas pero tan reiteradamente olvidadas como el sentido común y la educación se antoja como un instrumento útil para comenzar a reparar los daños objetivos que sufren la convivencia democrática y el sistema político. Normalmente, los focos de la reflexión se fijan en destacadas cuestiones normativas o institucionales. Es cierto que en ocasiones se apela a la importancia de lo que se denomina cultura política. Pero se suelen ignorar los cimientos necesarios para una correcta política. El sentido común es uno de ellos. Quizá el primero de ellos, al menos en orden cronológico. 

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