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  • Laura Bordonaba Plou

Un banco para mirarte

'Un banco para mirarte'
'Un banco para mirarte'
Pixabay

La parte antigua del cementerio de Zaragoza ofrece una vista impagable de Ikea al fondo, muy cerca. 

Cuando la luz diurna se apaga se ve como un imperio refulgente. Vida y muerte juntas.

Siempre que viajo me acerco a los cementerios de las ciudades o pueblos que visito. Santa María Novella, en Florencia, tiene su propio claustro de los muertos. Allí encontré la tumba de una niña que dio a sus padres 16 días exactos de felicidad.

La sección 60 del cementerio de Arlington cuida los cuerpos de los soldados de los conflictos de Irak y Afganistán. Las madres, viudas jóvenes, llevan de pícnic a sus hijos. El dolor allí es más reciente, más presente. Un conflicto largo, caro y sin victoria. La gente se queja de que algunos familiares convivan así con la muerte, acercándose a ella con fotografías, ensaladas de patata y cantos infantiles.

En la Cartuja de Aula Dei los monjes pasan a la vida eterna en silencio y viviendo en la otra vida como escogieron en la terrenal: de manera anónima para no caer en la vanidad que el ego produce. Allí no hay placas conmemorativas, solo cruces de madera, silenciosas y mudas. Se deposita el cuerpo del monje en la tierra, sin ataúd; tan sólo con un crucifijo en sus manos y la capucha puesta y cosida sobre la cara.

En Highgate en Londres la gente compra bancos situados frente a las tumbas de sus seres queridos para sentarse a cuidarlos desde allí. Puede que en un cementerio haya vanidad y mausoleos, pero sobre todo hay amor y memoria.

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