Por
  • Carmen Herrando Cugota

Conciencia

'Conciencia'
'Conciencia'
Pixabay

Que a los seres humanos se nos presentan cuestiones de conciencia es innegable. 

Y más en nuestros días, con leyes que afectan a la para muchos esencialmente sagrada dignidad humana. Al hablar de conciencia, se pueden tomar dos acepciones: la referida a la percatación de algo, a la que convendría llamar ‘consciencia’, y esa instancia interior que reside en lo más nuclear del ser humano y que conocemos como conciencia moral. A esta última corresponde el ‘daimón’ de Sócrates, que hablaba al filósofo en su interior cuando iba a tomar decisiones principales, y que, más que ‘demonio’, era una suerte de geniecillo que le indicaba no tanto lo que debía hacer cuanto lo que era importante omitir, procurándole también muchas otras enseñanzas.

Hace más de dos mil años, Sócrates habló del sentido moral como exclusivo de los seres humanos; y no solo propio de ellos, sino también como algo cuya consideración hace a los hombres auténticamente humanos, porque tal sentido se va gestando con la vida, a base de elegir entre las muchas posibilidades que la realidad nos presenta. Tras Sócrates, los estoicos vieron la conciencia moral como el eco de la razón universal en las entrañas del hombre; un rumor discreto, pero contundente, que recuerda las más venerables leyes que la joven Antígona sabía grabadas en el fondo de su ser. La heroína de Sófocles no dudó en preferir las voces de sus adentros a las órdenes arbitrarias de Creonte, tío suyo y rey de Tebas. Y así viene siendo desde muy antiguo en nuestra tradición occidental, desde los griegos hasta muchas expresiones reivindicativas del presente, pues no podemos dejar de apelar a la conciencia sin lastimar nuestra condición de personas.

La conciencia, la dimensión moral del ser humano, es una barrera contra la dominación del hombre por el hombre

Hace más de treinta años, el entonces cardenal Josef Ratzinger comentaba unas palabras de Hitler que pueden aportar luz al tema. Se refería Ratzinger a un libro publicado en Nueva York en 1940 –y en España en 1946–, cuyo título en español es ‘Hitler me dijo’; el contenido versa sobre palabras que su autor, Hermann Rauschning, exdirigente nacional socialista en Danzig (actual Gdansk, en Polonia), había escuchado de boca del mismo Hitler en conversaciones mantenidas con él durante el tiempo en que fue capitoste del régimen nazi. Rauschning logró huir de Europa y se instaló en Estados Unidos, donde editó estos pensamientos durante la guerra.

Lo que destaca Ratzinger del contenido del libro es esta apreciación de Hitler sobre la conciencia: que es una quimera, y que él, Hitler, no reconocía ninguna ley moral, y menos aún en política: "La Providencia me ha designado para ser el gran liberador de la humanidad. Libertaré al hombre… Lo libertaré de una vil quimera que llaman conciencia o moral". El dirigente tiránico niega, pues, la existencia de la conciencia, un hecho que no deja de tener su sentido, pues ¿cómo un gerifalte totalitario –es decir, con pretensión de hacerse con la ‘totalidad’ de las dimensiones humanas de sus ‘súbditos’– iba a admitir que existiesen otros hombres frente a él? Hitler actúa con cierta lógica, pues es impensable que alguien como él acepte la presencia cuestionadora de otros yos, o que admita, en definitiva, la existencia de otras personas, que es lo que viene a significar, de fondo, la conciencia, en referencia a ese yo personal estudiado por Karl Jaspers…

Por ello, la posibilidad de la objeción de conciencia en ciertas situaciones es mucho más que un derecho constitucional, es asunto prepolítico

Como indica Ratzinger, "la destrucción de la conciencia es condición necesaria de una sujeción y de un dominio totalitario. Donde la conciencia vive, se le pone una barrera a la dominación del hombre por el hombre y a la arbitrariedad humana, porque algo sagrado permanece inatacable, sustrayéndose a cualquier capricho o despotismo propio o ajeno. Lo absoluto de la conciencia se opone a lo absoluto de la tiranía, y solo el reconocimiento de su inviolabilidad protege al hombre de los demás y de sí mismo, su acatamiento es la única garantía de libertad". Conciencia significa reconocer al ser humano, en uno mismo y en los demás, como alguien que alberga un fondo sagrado, un "infinitamente pequeño" –diría Simone Weil– donde tiene su entraña una vida henchida de valor, que merece ser considerada con sumo respeto. La objeción de conciencia es mucho más que un derecho que otorga nuestra Constitución en sus artículos 16 o 30; es asunto pre-político, por ser precisamente una cuestión moral de primer orden.

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