Comprar y vender

'Comprar y vender'
'Comprar y vender'
ISM

Hoy el dinero lo puede todo. 

A simple vista, en este mundo de capitalismo y consumo globalizado, nada –o casi nada– resiste su poder. Pese a esta aparente obviedad, no es tan inmediato desentrañar por qué el dinero puede comprar lo que puede comprar y cuáles son los límites aceptados socialmente. Ese aspecto es clave, está más allá de lo legalmente establecido. Es un viejo debate que ha generado páginas y páginas de economistas, filósofos, sociólogos y diversos pensadores. Una aportación que merece la pena recordar es la de Karl Polanyi (1886-1964), que en varios de sus escritos explicó cómo la economía de mercado creaba la sociedad de mercado dejando lo social –y por extensión lo moral– subsumido en lo económico. Desde entonces, da la impresión de que hemos aceptado que ‘todo’ sea susceptible de entrar en el juego de la oferta y la demanda. En más de una ocasión hemos visto que si se tiene la cantidad adecuada es posible comprar una isla, un bebé y ahora volar al espacio, como hicieron unos pocos multimillonarios el verano pasado. Otra cosa es comprar la Luna e irse a Puerto Marte sin Hilda. Pero, tiempo al tiempo.

El poder del dinero ha ido invadiendo –hemos dejado que invada– cada vez más aspectos de nuestras vidas

La fantasía capitalista clásica y más la del ‘datacapitalismo’ asocia el poder al dinero y la información, alimentando el deseo de omnipotencia individual. Quien tiene puede, aunque sea contra viento y marea, contra los elementos y las limitaciones. Si se apuesta fuerte, hasta las leyes se cambian y si no, se saltan. Solo hace falta poner el dinero suficiente. Aunque la lista de transacciones prohibidas sea considerable, no es óbice para que la compraventa de armas, de drogas, de órganos, de maderas, de marfil, de animales, de personas y un largo etcétera siga existiendo. El mercado –sumergido en la ‘deep-web’ o a la luz del sol– alcanza también a esas zonas donde ni la ley ni el Estado evitan que con el dinero necesario se pueda comprar lo prohibido e incluso lo que ni se ve ni se toca, pero afecta a la vida cotidiana. De esta manera, también se compran voluntades, se corrompen reglas y se tuercen los caminos pactados y las promesas dadas. ¿Hoy todo tiene un precio?

Cuesta aceptarlo, pero lo que el dinero puede comprar es más de lo que imaginamos, más de lo que debería ser y justo lo que dejamos que sea. Alimentamos colectivamente una ilusión y, quizá, nos tocaría cambiar la brújula. Comenzando por recordar a más de uno y de una cuando olvidan la condición esencial de lo humano, esto es, nuestra finitud como mortales. Pero incluso eso está en cuestión. Además de las corrientes ‘transhumanistas’, unas cuantas empresas quieren vencer los límites del organismo y del envejecimiento. Se resisten a reconocer que nadie es eterno. El gran sueño es derrotar al paso del tiempo y a la muerte. Pese a que en investigaciones recientes como las de Pyrkov et al. (2021) se afirma que "el análisis longitudinal de marcadores sanguíneos revela la pérdida progresiva de resiliencia y predice el límite de la vida humana", se sigue invirtiendo para conquistar y comprar la inmortalidad. Eso a día de hoy no está en venta, ni siquiera negociando con Mefistófeles se consigue; aunque más de una empresa de márquetin quiera jugar con ello. O con su contrario, para ganar mercados.

Da la impresión de que todo está en venta y puede comprarse, incluso aquellos recovecos del ser humano donde se tejen los sentimientos

En 1997 a los publicistas Jonathan Cranin, Joyce King Thomas y Jeroen Bours de la empresa de McCann Erickson New York se les ocurrió aquello de "hay cosas que el dinero no puede comprar; para todo lo demás, Mastercard". Consiguieron un éxito que ha pasado a la memoria colectiva de varias generaciones. Y la compañía que les contrató ganó su posición frente a su competencia. Consiguió hacer negocio reconociendo lo no negociable de nuestras vidas, donde se entretejen emociones y sentimientos. Es ese lugar donde las mercancías dejan de ser un asunto ‘monetarizable’ y las transacciones derivan a un ámbito distinto. Justo ahí, bajo capa de defensa de la libertad, caemos en la trampa de la mercantilización. Y entonces el dinero adquiere una nueva dimensión. Es la llave para abrir todas las puertas, la pócima con la que las transacciones se hacen tangibles y transformables en abstracciones contables. De ese modo permitimos que el dinero sea lo que dejamos que haga, ni más ni menos.

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