Un día más

Un eclipse de luna.
'Un día más'
EFE

Anunciaron un eclipse de luna que se vería entre las siete y las ocho de la mañana. 

Me asomé por todas y cada una de las ventanas de la casa, pero la luna no se veía por ninguna de ellas. Ni corta no perezosa a las siete y cuarto salí a la calle. Sabía que desde el Puente de Piedra la vería. A esa hora había bastante gente que iba a sus quehaceres diarios sin tiempo de mirar al cielo. Desde el puente, hacia la Torre del Agua, la vi casi ocultándose rápidamente por el horizonte. Era una puesta de luna acelerada. Ya clareaba el cielo.

Me quedé apostada sobre el pretil del puente hasta que la luna desapareció tras la arboleda de Macanaz. Como el eclipse no llegué a verlo, pensé que vería algún otro fenómeno maravilloso pues creo en la ‘serendipia’, gracias a la cual puedes encontrar algo que no andabas buscando. Lo cierto es que no encontré nada especial. La gente iba y venía. El río seguía su cauce. Una bandada de estorninos hacía coreografías como de vals cerca del Puente de Hierro. Amanecía un día más, un día recién estrenado.

Volví a casa con un estado de ánimo contradictorio. Por un lado estaba decepcionada pero, al mismo tiempo, me sentía contenta, casi eufórica, por haber salido en busca de algo especial cuando lo especial era la búsqueda tan solo. La casa olía a café recién hecho. Antoine me sonrió como si mi ocurrencia lunática le hiciera gracia.

El resto del día transcurrió sin sobresaltos, pero no fue un día cualquiera. Parecía que todo estaba en su sitio y que todo era extraordinario a un tiempo

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