Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Había un volcán

El volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma
'Había un volcán'
Miguel Calero/EFE

Había una vez un volcán indonesio llamado Tambora, cuya gigantesca erupción ocasionó miles de muertes y un invierno volcánico en 1815. 

Por eso 1816 fue ‘el año sin verano’. Las bajas temperaturas, las lluvias, las nieves, las heladas arruinaron el estío y las cosechas, y sembraron oscuridad. Un grupo de escritores ingleses se refugió de ese mal tiempo en Villa Diodati, cerca del lago de Ginebra, inventando historias de terror. Allí, Mary Godwin Wollstonecraft o, de casada, Mary Shelley, que estaba con ellos, dio vida a ‘Frankenstein’, como si fuera un nuevo Prometeo.

Por esa senda de la ciencia ficción que Mary Shelley abrió, Jules Verne emprendió el ‘Viaje al centro de la tierra’ en 1864. Para ello había un volcán, el Snæfell, en Islandia, por el que se entraba, y otro, en Italia, por el que se salía, el Stromboli. Desde este último, podía divisarse un tercero, el Etna, donde la leyenda cuenta que el filósofo y político griego Empédocles se arrojó para unirse con la naturaleza.

Hay un volcán, el de Cumbre Vieja, en La Palma, que cada día, desde hace algo más de dos meses, vomita lava, gases, terror sobre la tierra deshojada, al tiempo que entierra la vida que fue y estuvo. Quizá algún día la literatura lo evoque en pasado. Mientras, Antoine de Saint-Exupéry ya nos advirtió de que en la Tierra los volcanes nos dan tantos disgustos, porque no hay posibilidad de deshollinarlos, como ocurre en el planeta de ‘El Principito’. Sin duda, el ser humano es demasiado pequeño para hacerlo.

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