Por
  • J. L. Rodríguez García

Eutanasia

El texto aprobado reconoce el derecho de todas las personas a recibir cuidados paliativos integrales.
'Eutanasia'
Pixabay

Soy incapaz como ciudadano de valorar la acción del actual Gobierno de España. 

Pero si algo me enorgullece como habitante de este mundo de sombras chinescas es que se haya aprobado lo que ha venido a denominarse ‘ley de eutanasia’ y que permite no penalizar la muerte deseada. Pero me temo que el camino se inicia de mala manera.

Primero, porque se impone la misteriosa cláusula del dolor insuperable como si alguien poseyera la diabólica máquina para medir el dolor ajeno. Me pregunto en esta tarde quién es capaz de dictaminar el límite del dolor y lo hago en esta hora cuando vuelvo a leer la noticia de la zaragozana que se ha arrojado al vacío porque ya no aguantaba la vida miserable a la que la condenaban. Segundo, porque ha resurgido de inmediato el asunto de la objeción de conciencia: profesionales que se niegan a tramitar que el sufrimiento de una persona que sufre sea creíble como si poseyeran el secreto de la adivinanza del dolor ajeno.

Y vuelvo a mi noche lectora: pienso que de lo que se trata no es tan solo de aliviar el dolor, sino de reconocer que la vida es propiedad de cada uno. Releo la Epístola LXX de Séneca: "Tan incierto como es que la vida más larga sea la mejor, así es de cierto que la muerte más larga sea la peor… La muerte que nos agrade es la mejor". ¿Y si quiero irme porque ya he gozado lo suficiente, aunque no padezca otro dolor que el cansancio? Atendió a la cuestión Durkheim: nominó a este viaje suicidio anómico.

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