Por
  • Luisa Miñana

Pantallas

'Pantallas'
'Pantallas'
Pixabay

Creo pertenecer a la primera generación que en este país ha podido vivir desde la infancia con una pantalla a su alcance. 

Yo le debo mucho a las pantallas. La de televisión en blanco y negro fue para mí una puerta a los primeros conocimientos conscientemente adquiridos, antes que los libros. A muchos de estos me condujeron las pistas que dejaba esa pantalla, en la que fui muy pronto descubriendo que me encantaba el cine, alimenté mi interés por la historia, visité países y tropecé con gentes como Lope, Dickens, Buero, Miller, Dostoievski, Pirandello, y tantos que iban y venían por los espacios dramáticos de la única televisión de entonces, que era también la única pantalla en casa. Me maravillaba cuando en series como ‘El prisionero’ o ‘Star Trek’ aparecían, años sesenta, las videollamadas o los ordenadores personales, a los que me enganché en los ochenta con entusiasmo. En los noventa me zambullí en las pantallas de internet con idéntico pensamiento mágico y avaricia de saber. Las del ordenador, comunicador o tablet han sido y son todos los días las aliadas de mi sobrino Daniel, que tiene parálisis cerebral, para conectar con las palabras, la música, el teatro, o con su entorno.

Sé que no todo es oro y me inquietan los móviles. Pero, ahora que el metaverso predicado por Zuckerberg (tampoco es algo conceptualmente nuevo) anuncia el declive futuro de las pantallas como lugar de experiencia –su cénit quizá ha sido la pandemia–, toca agradecer. Del metaverso ya hablaremos. Pronto.

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