Mi primera revolución

'Mi primera revolución'
'Mi primera revolución'
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Algunas señales había. 

La más clara, que me tomaran por el abuelo de mi hijo. Sin embargo, cómo iba yo a considerarlas, con mi esposa diciéndome a todas horas que mi donosura causa estragos entre féminas y varones, o siendo capaz de eliminar el resuello en menos de diez segundos, después de cruzar a la carrera una avenida de tres carriles con el semáforo en ámbar.

Y entonces pasó lo del tranvía, un suceso que aún me conmueve, por más que me diga que quien se compadeció de mí, en cuanto levantó su mirada del móvil y la fijó en el vigoroso varón maduro que estoy hecho, tuvo que darse cuenta de la metedura de pata que estaba cometiendo. Si se empecinó, incluso cogiéndome del brazo, hasta lograr que me sentara en su asiento, fue porque ansiaba su dosis completa de endorfinas filantrópicas, esa mezcla de reconocimiento, moralidad y superioridad, propia de ciertas buenas obras, a la que yo también soy adicto.

Pero, sobre todo, aquella experiencia, al ser auxiliado por primera vez, no por estar enfermo o impedido, sino tan solo por parecer viejo, fue decisiva para entender mejor la revolución que está iniciando la gente longeva, que, apreciando su vida en no menos que la del resto, se niega a ser orillada, manipulada o tratada con diminutivos condescendientes.

Ojalá en el futuro pueda ser parte de esa revuelta. Pero no como un advenedizo, sino cuando me toque, convertido en un auténtico carcamal, sea macizo y atractivo, sea hecho un adefesio, por mi propio pie, o sobre una silla de ruedas. Sería mi primera revolución. Todas las anteriores me fueron dadas.

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