Por
  • Pedro Rújula

Blanco

'Blanco'
'Blanco'
Carlos Moncín

Han pasado diez años desde aquel día de octubre en que, con una extravagante escenografía de boinas negras sobre capuchas de paño blanco, algunos miembros de ETA anunciaron el final de la violencia. 

Entre las imágenes recopiladas para hacer balance y dar cuenta visual de cómo se había llegado hasta allí, han tenido un papel muy destacado las fotografías tomadas durante las multitudinarias manifestaciones de condena por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Un mar de manos blancas que se perdían en el horizonte de avenidas repletas de indignación transmitía una imagen inequívoca de unidad cromática al margen de la disputa partidista.

Si bien la política siempre se ha servido de los colores como una forma muy efectiva de marcar la diferencia, identificar idearios y delimitar opciones partidarias, ese día, con el blanco, fue distinto. Este color, despojado de significaciones concretas en el disenso cotidiano de la política, ofrecía un cromatismo de reunión capaz de disolver las diferencias y de expresar eficazmente la unidad sin matices que movía aquella respuesta indignada contra la violencia.

Hoy, al visitar el Museo Memorial de las Víctimas del Terrorismo inaugurado recientemente en el centro de Vitoria, me ha complacido encontrar de nuevo el blanco de las palmas abiertas recibiendo a los visitantes como la mejor manera de condensar aquel sentimiento unánime de rechazo e indignación que marcó el principio del final de la banda terrorista.

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