Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

La Gran Renuncia

'La Gran Renuncia'
'La Gran Renuncia'
Leonarte

Hace diecinueve meses vimos volar un ‘cisne negro’, según la expresión popularizada por Nassim Nicholas Taleb a raíz de la crisis financiera de 2008. 

El coronavirus también iba a ser, como un rarísimo cisne de color negro, un suceso improbable y además con consecuencias muy relevantes. La mayor, el acelerón digital, se ha consolidado extraordinariamente. También lo están haciendo otras manifestaciones de la ‘destrucción creativa’ generada por la covid, por utilizar la terminología de Schumpeter: comercio ‘online’ y distribución a domicilio, teletrabajo, auge de los pagos electrónicos, telemedicina, videovigilancia o videollamadas. El futuro de otras ‘modas’ es más incierto: revitalización de lo público, enseñanza a distancia o acceso a productos culturales a través de la web.

Los últimos 570 días no nos han hecho ni mejores ni peores como ciudadanos. Tampoco han tenido mayor eco los llamamientos a aprovechar el ‘impasse’ del coronavirus para reajustar el capitalismo democrático (Fernando Savater, Joseph Stiglitz, Byung-Chul Han, Slavoj Zizek o Antón Costas). No obstante, sí que se está registrando un cambio laboral que no estaba previsto: miles de trabajadores de todo Occidente han dejado sus trabajos en los últimos meses de forma voluntaria. De hecho, los datos señalan que falta mano de obra en algunos sectores tanto en EE. UU. como en Europa. No hay camareros en Estados Unidos, ni camioneros en Inglaterra y faltan albañiles en España.

Lo cierto es que, según las estadísticas del gobierno federal estadounidense, en agosto se registró la cifra récord de 4,3 millones de renuncias al empleo, lo que significa el 2,9% de la mano de obra. Un reciente estudio de Gallup confirma que un 48% de la fuerza laboral estaría buscando nuevas oportunidades bien porque no tienen contratos fijos, bien por exceso de carga de trabajo, bien porque quieren teletrabajar, bien porque tienen miedo al coronavirus, bien porque quieren dedicar más tiempo a la familia o aventurarse a cambiar su rumbo laboral.

Miles de ciudadanos occidentales han renunciado a sus trabajos en los últimos
meses

¿Qué hay detrás de este fenómeno? Caben, al menos, dos explicaciones. Una es socioeconómica y la otra de tipo cultural. La primera se sustenta sobre la desaparición de buenos empleos que han experimentado muchos países a partir de los años noventa como consecuencia de la hiperglobalización. En esta línea, el premio Nobel Paul Krugman considera que la pandemia ha llevado a muchos ciudadanos a replantearse su vida y a preguntarse si vale la pena seguir con un mal empleo y con un bajo salario. El economista norteamericano se abona así a la tesis de la ‘Gran Renuncia’, del profesor Anthony Klotz.

La explicación cultural sostiene que en nuestras sociedades ha aparecido una fractura entre los valores posmaterialistas de las generaciones jóvenes (más ricas, educadas, laicas, urbanas) y los de las generaciones mayores (más tradicionalistas, conservadoras, religiosas, rurales). A esto se le debe añadir que los ‘millennials’ no tendrían como referencia tanto el incentivo económico como su desarrollo personal.

Ya sea porque quieren un mejor trato, más dinero o más tiempo libre,
se están arriesgando a dejar su empleo para buscar mejores oportunidades

Estas dos explicaciones no son excluyentes ni nuevas. El filósofo Michael J. Sandel ya planteó en su último libro (‘La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?’) que a medida que la actividad económica ha pasado de fabricar objetos a administrar dinero y la sociedad ha recompensado generosamente a los gestores de Wall Street, el prestigio del trabajo tradicional se ha vuelto frágil e incierto y muchos trabajadores de la economía real han sufrido estancamiento en los salarios e incertidumbre laboral. Lo novedoso, lo que ha hecho el confinamiento pandémico, es dejar tiempo a muchas personas para reflexionar y reordenar sus prioridades vitales. Anhelan mayor calidad de vida, con sueldos dignos, pero lejos de la saturación ambiental que deja el culto al consumo.

La covid-19 ha traído muerte, pero también ganas de vivir la vida de otra manera. Se reactualiza así el ideario de pensadores como Montaigne, Rousseau, Thoreau, Benjamin, Sloterdijk o Gomá que apuestan por una vida de calidad, una existencia ética, cultivada y humana. 

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