Por
  • Andrés García Inda

Pi

El número Pi cuenta con un día dedicado.
'Pi'
Pixabay

Me escribe G., que habitualmente apostilla estos artículos con ironía e inteligencia (¿puede haber lo uno sin lo otro?). 

Lo hace para comentar el divertido debate que ha suscitado el premio Planeta, al galardonar a una autora que en realidad eran tres autores, que aprovecharon la ocasión para salir del armario literario en el que vivían, lo que ha provocado insólitas reacciones críticas y curiosas lucubraciones sobre la gestión del premio y las batallas literario-empresariales que lo acompañan. Es de suponer que la editorial supiera quiénes estaban tras el seudónimo, pero también cabe imaginar –y entonces resulta aún más cómico– que en los tiempos que corren quisieran premiar a una mujer... que resultó ser tres varones.

G. me ofrece algunas ideas para escribir sobre el asunto con la profundidad y el rigor que este requiere, ideas que asumo y transcribo para la reflexión: ¿Pueden tres hombres ser una mujer?, ¿es entonces la declaración de género (o sería mejor decir de sexo) una cuestión compartida? Y en este tiempo de sujetos colectivos, ¿podemos entonces encontrarnos con entes pluripersonales que experimenten una identidad sexual si y solo si cuando esta es compartida? ¿Y cómo consiente dicho ente? (sexualmente hablando, claro está). Aunque, como también sugiere G., la cuestión más interesante seguramente está en otra parte, y tiene que ver con la propia identidad del autor de la obra de arte. Si esa identidad es falsa, ¿es posible apreciar adecuadamente la obra que ha creado? Y si no es relevante la personalidad del autor, ¿deberíamos considerar todas las obras como anónimas, es decir, independientes de su creador, cuando queremos apreciarlas o criticarlas? O desde otro punto de vista: ¿qué interés tiene entonces la biografía del artista o el contexto histórico en el que surge su obra, para entenderla? Sabemos qué dice y qué hace al respecto la ortodoxia biempensante actual, me recuerda G. aludiendo a la ‘cultura de la cancelación’ y la censura de las obras de aquellos autores a los que se identifica con ciertas ‘desviaciones’ morales y políticas de nuestro tiempo. Y si la ortodoxia no nos permite separar la obra de su autor, ¿qué se dirá sobre una obra cuyo autor es múltiple y usurpa un sexo (o un género) que no le corresponde?, ¿no estará en cierta manera denigrando a la mujer, al convertirla en un mero reclamo comercial, pues vende más una autora de novela negra que un autor?, ¿se mercantiliza así la identidad sexual?

La concesión del Premio Planeta de novela a tres hombres que utilizaban como seudónimo colectivo el nombre de una mujer está dando lugar a curiosas lucubraciones

Podría llegar a pensarse que en un caso como este los autores lo que hacen es instrumentalizar y vilipendiar la identidad femenina, en un ejercicio de lo que hoy día se conoce como ‘apropiación cultural’ (en este caso apropiación de género, podríamos decir). Pero también cabe pensar que en un caso así los autores quisieran reivindicar su autodeterminación como mujer, aunque sea de forma agrupada y temporal (cuando se ponen a escribir juntos, que es cuando se sienten colectivamente así), y su reconocimiento como tal, en la línea que propone la llamada ‘Ley Trans’, actualmente en tramitación. Aunque en ese caso, insiste G., habría que preguntarse cuántos –e incluso quiénes– de los tres son necesarios para formar una mujer. Uno parece poco –dice–, dos es más democrático y con tres ya no quedará duda y servirá para desempatar en caso necesario. El legislador aún está a tiempo de asumir e incorporar a nuestro Derecho las condiciones para una correcta declaración de la identidad sexual compartida: ¿cuál debe ser el género resultante de una colectividad?, ¿y cómo debe llevarse a cabo la declaración? G. imagina infinitas posibilidades. Por ejemplo, si llamamos A, B y C a los guionistas del ejemplo, puede que cuando se junten A y B ambos sean una mujer, pero cuando lo hagan A y C sean un hombre; y que si A está solo siga siendo un hombre, mientras que C en soledad sea una mujer, salvo que esté con B, momento en el que el resultado podría ser un sujeto no-binario, etcétera, etcétera. Y siendo así, ¿cómo evitar la posible instrumentalización o dominación de género en estos casos? G. propone que las editoriales diseñen las bases de las futuras convocatorias de sus premios de manera que los autores o autoras, para identificarse, en lugar de seudónimos utilicen números (¡o cifras, claro está!).

Quizás yo debería hacer lo mismo para firmar este artículo, que en realidad ha escrito G. y que yo transcribo, convertidos en un asexuado e irracional ente literario al que, para no herir ninguna sensibilidad, llamaremos Pi.

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