'Maixabel'.
'Maixabel'.
Heraldo

El 20 de octubre de 2011, hace hoy diez años, ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada. 

El aniversario de tan extraordinaria noticia coincide con la presencia en nuestras pantallas de ‘Maixabel’, la película de Icíar Bollaín que recrea los encuentros restaurativos que Maixabel Lasa, la viuda del político socialista y ex gobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jáuregui, asesinado por ETA, mantuvo con dos de los miembros del comando terrorista que acabó con la vida de su marido.

Salí conmovido del cine, porque la película, excelentemente rodada e interpretada (con Blanca Portillo, Luis Tosar y Urko Olazabal bordando sus papeles), te plantea muchos interrogantes. A mí, en concreto, me hizo reflexionar sobre cuál fue mi comportamiento y actitud frente al terrorismo en los años más duros: ¿Qué hice por las víctimas? ¿Les mostré alguna vez solidaridad? ¿Escribí al menos en su defensa? ¿Estuve a la altura de lo que merecían quienes habían perdido, por nada y para nada, a sus padres, a sus hijos, a sus esposos o sus esposas? Y me respondí que no, que fue mejor mirar para otro lado y hacer como que el problema era sólo algo circunscrito al País Vasco que a mí no me concernía. Y reconocer eso me causó una gran tristeza.

Muchas otras preguntas seguían y seguían dando vueltas en mi cabeza: ¿Estaba bien que Maixabel perdonara a los asesinos de su marido o, al menos, se reuniera con ellos? ¿Iba a servir de algo? ¿Podríamos tratar de entender, como hace Maixabel, a quienes nos han destrozado la vida, incluso en contra de la opinión de nuestro propio entorno? ¿Seríamos capaces de mostrar arrepentimiento como hacen los exetarras Luis Carrasco e Ibón Etxezarreta? ¿Seríamos capaces de reconocer igual que ellos que toda nuestra vida ha sido un inmenso error, un fatal sinsentido, que sólo hemos causado daño y dolor, que nuestro sacrificio personal no ha servido de nada y que ya ni siquiera en nuestra soñada Euskal Herria importamos a nadie?

Y traté de responderme a algunos de esos interrogantes. Lo que hace Maixabel Lasa entrevistándose con quienes arruinaron su vida tiene un valor incalculable, porque, muy por encima del valor del perdón o del sentido de la reinserción, su actitud favorece que se conozca que el sincero arrepentimiento de los asesinos de su esposo es lo que más deslegitima la violencia armada. Y lo que hacen Carrasco y Etxezarreta también, porque está al alcance de muy pocos reconocer ante todos (ante tus víctimas, pero sobre todo ante los tuyos) que has tirado tu vida a la basura, que te dejaste engañar por gente mediocre (un momento mágico de la película es cuando uno de los arrepentidos habla, porque los conoció en la cárcel, del bajísimo nivel de los jefes que les daban las órdenes) y que preferirías ser el muerto (Jáuregui) antes que tú mismo. Eso tiene un mérito excepcional, porque sabes que vas a ser repudiado por los tuyos para siempre (que sólo verán en ti a un traidor) y que, a pesar de tus años y años de cárcel, nunca te harán un recibimiento, un ‘ongi etorri’, en tu pueblo cuando vuelvas. Porque, al final, es mucho más duro desmarcarse de ETA que seguir en ella: los que continúan hacen como que siguen creyendo en el mito de su lucha mesiánica para liberar al pueblo vasco de vaya usted a saber qué yugo, pero los que abjuran y se arrepienten de su pasado (un pasado horrible, en el que, como confiesa uno de los asesinos de Jáuregui, mataron a éste sólo porque recibieron una orden, sin saber quién era, ni que había formado parte de la primera ETA, ni que había estado en la cárcel, ni que había militado en el PCE, ni que había declarado contra el general Galindo en el caso de Lasa y Zabala), esos que se avergüenzan de sí mismos al mirarse al espejo, llevarán para siempre entre los suyos el estigma de su felonía.

‘Maixabel’ nos deja esturdecidos y nos obliga a replantearnos conceptos que creíamos conocer bien como dolor, valentía, piedad o perdón, pero que tras ella descubrimos llenos de aristas.

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