Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

La fiesta y la covid

Un momento de la Ofrenda de Flores de 2021.
Un momento de la Ofrenda de Flores de 2021.
Oliver Duch

La culpa, además del chachachá, es de la covid.

No le demos más vueltas casi dos años después. No se trata de intentar justificar por qué las restricciones sanitarias obligaron a colocar una malla en la Ofrenda, a quitarla después, a limitar horarios sin limitar la circulación libre de personas. No puede ser porque es imposible. Si alguien organiza una semana de fiestas sin que sean fiestas suceden cosas así, pero si no se hubieran organizado las crónicas nos contarían incoherencias similares. Ni la culpa la tiene el Ayuntamiento ni la DGA ni el cabildo. El virus muta, no desaparece, pasará de ser mortal a ser una lata, pero es mejor no tentar la suerte después de más de 3.000 muertes en Aragón. Azcón ha programado lo que podía y, dentro de lo que podía, no pudo programar que el penalti del derbi no diera en el poste, maldita suerte. De eso no tiene la culpa el alcalde, ni del grupo de indeseables que tomaron la plaza del Justicia para emplearse de modo animal como la ‘kale borroka’. Ya se sabe, solo son chicos con un poco de alcohol de más a los que el juez deja en la calle porque debieron de tener un mal día. Hoy te rompen un hotel y mañana a lo mejor se les ocurre romper otra cosa, o la cabeza de una policía. O te incendian la casa, pero no hay que preocuparse. Son las fiestas no fiestas. Alguien dijo en la Ofrenda que la Virgen necesitaba más flores, más alegría, más toneladas de estructura, más vestuario, más fiesta. A lo mejor lo que necesita es más devoción de algunos fieles no fieles el resto de días del año. Bien lo sabe el arzobispo, Carlos Escribano, que pasea todos los días por la plaza del Pilar, según él mismo declara en el suplemento especial de HERALDO y constata de forma impecable el periodista Antón Castro en un breve texto delicioso sobre el salón de Zaragoza. Las flores, la Ofrenda, los conciertos, la sensación de que volvemos de donde jamás debimos marcharnos nos conduce a la llamada normalidad, ese término absurdo con el que las administraciones califican el retorno futuro al colesterol habitual. Los países subdesarrollados llevan toda la vida en anormalidad y no nos habíamos percatado. Se apaga la fiesta que nunca fue fiesta pero nos supo a gloria. Al menos, nos pellizcamos unos días y nos engañamos de forma colectiva. El personal lo merecía.

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