Iván el terrible

Iván Redondo (a la derecha), en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros
'Iván el terrible'
EFE

No, mis queridos lectores.

No voy a hablarles del primer zar de todas las Rusias, cuyo nombre concita recuerdos de crueldad extrema, sino de otro Iván, desde luego mucho menos terrible, que en una de sus más aciagas noches exhibió sus miserias a manos de otro colega impertinente y descentrado, atolondrado y sin guion. Yo tenía curiosidad por ese Iván, fenómeno insondable y todopoderoso en el mismo núcleo de la Moncloa, de quien se decía que susurraba a la misma oreja de Pedro Sánchez toda clase de maldades políticas, prototipo de ‘influencer’ de los de verdad, sobrado de elegancia de ‘prêt-à-porter’ y autopagado de un discurso que nunca llegó, por otra parte, a conocerse más allá del propio círculo de sí mismo.

Se me cayeron los palos del sombrajo. Absolutamente decepcionante, el personaje. Vacío, forzadamente impostado, sin fuerza ni atisbos de poder, incomprensible haber llegado con su pobre palabrería a esa morada donde residen los consejeros áulicos de la gobernación… ¿Cómo es posible, me pregunto, que ese charlatán Iván Redondo en manos de ese otro mago de la comunicación haya podido llegar tan lejos, si es que verdaderamente ha llegado lejos? ¿Fue descubierto a tiempo y arrojado a las tinieblas de la vulgaridad? ¿Se dio cuenta Sánchez, que no tiene un pelo de tonto y no necesita aduladores a su alrededor, habida cuenta de su propio ego?

Bastante palo le propinó hace unos días en este diario la columna que dedicó a desnudar al personaje Rafael Torres (‘Iván o la nada’, HERALDO, 5 de octubre, pág. 24), que dejó al descubierto la pobreza de este alumno de mercadotecnia de escuela de negocios con pretensiones.

Habrá lectores que recuerden al mítico León Salvador, animador de las fiestas del Pilar durante años y años, que fue proclamado por méritos propios rey de los charlatanes de España, que de haber vivido hubiera sido maestro de Iván, por su desplante, su gracejo y su mucha sabiduría. Eran otros tiempos, y Redondo a su lado no hubiera pasado más allá de simple monaguillo. Pero el glamur del complejo monclovita convierte a cualquier pelanas en misterioso sabihondo y le dota y adorna de cualidades sin límite, apropiadas para crédulos inocentes. Basta tener, como bien apuntaba Torres en su artículo, un poco de morro. O bastante.

Este carpetovetónico país es pródigo en sacar de la nada a increíbles y singulares personajes de uno y otro sexo y darles cuartelillo mientras parte de la población contempla absorta sus evoluciones, aventuras y desventuras. Habíamos hecho de Iván Redondo un paradigma de logrero del poder, y ha resultado un completo fiasco, a tenor de sus magras declaraciones en el programa de Jordi Évole, que tuvo la oportunidad de apuntillarlo ante el respetable.

Menos lobos, Iván. Te han desmontado. Desde aquel famoso Chiquilicuatre no había tenido ocasión de contemplar una creación semejante en la televisión. ¡Qué le vamos a hacer!

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