Tras la escueta victoria de los socialdemócratas (SPD), en las elecciones del domingo en Alemania, y el mal resultado del partido de Merkel, la Unión Cristiano-Demócrata (CDU), lo decisivo para la formación de gobierno serán las negociaciones entre las formaciones políticas.

 Lo deseable sería que el interregno no se prolongase demasiado y que los acuerdos de coalición tuviesen en cuenta la perspectiva de una construcción europea que necesita impulso.

A pesar de la popularidad de Merkel, su partido cosechó el domingo el peor resultado electoral de su historia, lo que muestra que la personalidad de la canciller era más importante que su ideología. Y también, que probablemente la CDU no eligió como sucesor al candidato adecuado. El SPD, por su parte, mejoró notablemente sus resultados de 2017 y, después de dieciséis años sin ocupar la cancillería y de ocho consecutivos como socio secundario de la gran coalición, Olaf Scholz estaría en condiciones de recuperar la jefatura del gobierno para los socialdemócratas. Pero la CDU también tiene opciones, pues el nuevo canciller saldrá de las negociaciones que se establezcan entre los partidos. Y será un proceso complejo, porque la fragmentación política del Bundestag hará que en esta ocasión sean necesarios acuerdos entre tres partidos para formar gobierno. Las dos opciones más probables dependen de si los Verdes y los liberales (FDP) prefieren apoyar a un ejecutivo encabezado por el SPD o a uno dirigido por la CDU. Poner de acuerdo a estos partidos en un programa de gobierno no parece sencillo, pero juega a favor el tono de moderación en el que suele desenvolverse la política alemana. Desde una perspectiva europea, hay que confiar en que el nuevo gobierno alemán mantenga y refuerce el compromiso de Merkel con la UE, y que respalde políticas que favorezcan la integración económica y tengan en cuenta los intereses de todos los socios de la Unión.