Por
  • Andrés García Inda

De churras y ‘meninas’

De churras y 'meninas'
De churras y 'meninas'
ISM

La semana pasada tuvimos noticia de lo que al parecer es un nuevo destrozo –en este caso material– a cargo de los talibanes. 

Según fuentes locales, el histórico fuerte de Greshk estaba siendo demolido para construir una escuela religiosa en su lugar. Dada la situación en la que se encuentra el país no parece que la destrucción del patrimonio sea la primera preocupación de sus habitantes, pero visto desde aquí también resultan tristes este tipo de noticias. Sin embargo, a veces algunos de los que ‘aquí’ se escandalizan con ese tipo de actuaciones son de los que promueven o aplauden en otros sitios cosas parecidas, aunque sea en la forma de quema de libros, retirada o eliminación de símbolos religiosos o cambios toponímicos.

Se me dirá, y no sin algo de razón, que no son casos equivalentes y que estamos mezclando churras con merinas, pero si hablamos de ovejas todas ellas lo son, las churras y las merinas, digo. El problema de verdad viene dado cuando mezclamos churras y meninas, como dijo un famoso cantante en un lapsus feliz que, más que una forma de dar el cante, era un involuntario tratado de sociología cultural.

Ciertamente los mencionados no son casos equivalentes, porque se aludirá al valor histórico o arqueológico de aquellas ruinas lejanas, a diferencia de algunos de los cambios que promueven nuestros próceres, aunque también los hay –casos y próceres entre nosotros, digo– para los que el valor histórico, arqueológico o artístico de las cosas cede rápidamente ante las pretensiones del interés ideológico, y si es preciso se cambia el nombre que un pueblo llevaba desde su fundación, hace más de siete siglos, con tal de erradicar la herencia de lo que somos. Eso es lo que hace que, aunque no sean equivalentes, esos casos puedan ser comparables en este punto, aunque no lo sean en otros. De lo que se trata es de eliminar todo rastro del pasado para instaurar un orden nuevo de valores, acorde a los ‘auténticos’ deseos y sentimientos de la gente –o de quienes les gobiernan, claro–. La verdadera diferencia entre los cambios de ‘aquí’ y los de ‘allí’ es que estos son nuestros, y que se llevan a cabo con la asepsia tecnológica del procedimiento normativo, bendecidos con alguna suerte de dictamen experto y consagrados por la autoridad democrática, para suavizar así la violencia inmediata y desnuda de los buldóceres. Los vándalos son los otros.

En ocasiones, el valor histórico o artístico de las cosas cede ante las pretensiones del
interés ideológico, y si es preciso se cambia el nombre que un pueblo llevaba desde su fundación, hace más de siete siglos, con tal de erradicar la herencia de lo que somos

Aunque para vándalos, también, los miserables que pintarrajearon estos días pasados la escultura del diplomático Ángel Sanz Briz en un parque de Zaragoza. A diferencia de los anteriores, en este caso puede que no haya una intención política, y lo mejor que puede pensarse de los desgraciados de sus autores es que ignoran lo que hacen y lo que representa ese busto: quién era Sanz Briz y lo que ha significado en la historia salvando la vida de miles de judíos húngaros durante el Holocausto. Tal vez los autores del desaguisado pensaron que como la estatua era algo del pasado, suponía necesariamente un lastre o una rémora despreciable –cuando no un rastro del franquismo o del colonialismo– que era necesario ridiculizar. O tal vez quisieron emular a los artistas que han ‘reinterpretado’ las imágenes de Goya por nuestra ciudad, quien sabe si mezclando churros con ‘meninas’. En el fondo eso es lo que está de moda: cuando algo no se entiende, en lugar de estudiar y aprender, reinterpretarlo. Curiosamente, los vándalos lo hicieron pintando el busto de un ‘justo entre las naciones’ con los colores del Joker, el personaje psicópata que encarna la representación del mal. Así todo da igual.

Siempre habrá ignorantes, claro está. De hecho, cada uno de nosotros lo somos en nuestra propia especialidad. Y de ahí la importancia de cultivar el respeto hacia lo que desconocemos. Desgraciadamente, sin embargo, en nuestro tiempo a veces se consiente y se ríe el desprecio del conocimiento en favor de la expresión del impulso emocional inmediato. ¿Y qué mejor forma de expresar a menudo esas emociones que redecorar una imagen, ridiculizarla o eliminarla, para reinventar la historia? Comprenderán, en cualquier caso, que no digo todo esto para justificar o exculpar el destrozo talibán, sino aprovechar las circunstancias para hacer algo de examen y reivindicar la necesidad de exigir y extremar el cuidado y el respeto entre nosotros. No vaya a ser que miremos hacia afuera preocupados por si vienen los bárbaros y estos ya estén aquí, dentro de cada uno de nosotros.

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