Ciencia de Altos vuelos

'Ciencia de Altos vuelos'
'Ciencia de Altos vuelos'
F.P.

Aunque parezca que hay un error tipográfico en el título de este artículo, debo decir que no es así. 

El uso inadecuado de una mayúscula es parte del contenido. Me explicaré. Hace unos días se publicó que Jeff Bezos (Amazon) y Yuri Milner (accionista de Facebook) han creado una empresa, llamada Altos Labs, para el estudio del rejuvenecimiento celular. Para ello han invertido una cantidad importante de dinero y han reclutado a renombrados científicos que, hasta ahora, han trabajado en el mundo universitario, ofreciéndoles unos cuantiosos presupuestos para el proyecto y unos más que sustanciales sueldos. Uno de ellos supera el millón de dólares anual.

También hemos asistido este verano al nacimiento del turismo espacial y los primeros viajes protagonizados por multimillonarios y no astronautas. Su coste también ha sido financiado por sus gigantescas compañías. Y esto es solo lo publicado en prensa.

Hoy, los grandes desarrollos y descubrimientos tecnológicos se están haciendo fuera las universidades e instituciones de investigación

Hace ya tiempo que en las ciencias sociales el mundo universitario camina por detrás de los ‘think tanks’ (Foro de Davos, Club Bilderberg) a la hora de generar propuestas macroeconómicas que luego aplican gobiernos y bancos centrales. Este verano hemos visto lo mismo en el campo de la ciencia y la tecnología. Hoy se puede afirmar sin riesgo a equivocarnos que los grandes desarrollos y descubrimientos se están haciendo fuera del mundo tradicional de las universidades e instituciones de investigación. Las grandes, enormes, multinacionales tienen recursos más que suficientes para crear y financiar sus propios centros de investigación con objetivos muy concretos, incluyendo la capacidad para contratar a los científicos más destacados con unas remuneraciones inalcanzables para lo público. Solo unas pocas universidades, aquellas que disponen de recursos en abundancia, están incluidas en sus redes.

El modelo de universidad generalista del siglo XX no puede ser protagonista de este proceso. Sirva como ejemplo nuestra capacidad financiera. Aunque los datos de España son un poco peores que los de nuestros vecinos, tampoco nos alejamos tanto. Una universidad de élite tiene unos recursos por estudiante del orden de veinte veces los disponibles aquí –la mitad de alumnos con un presupuesto diez veces mayor–. Gestionan los proyectos al modo de empresa, con objetivos, tiempos, equipos, recursos, libertad de contratación y alta confidencialidad. La gran mayoría de las universidades estamos sujetas a las restricciones lógicas de la ‘res’ publica. No somos compañías privadas, ya que nuestros recursos proceden de los contribuyentes. Nuestro tempo es otro, y es muy difícil que pueda cambiar a corto y medio plazo. No podemos centrarnos en proyectos que sirven, mayoritariamente, a los intereses concretos de compañías, sin que esto les quite un ápice de legitimidad. No somos los instrumentos que precisan las grandes empresas que hoy gobiernan el mundo para sus metas inmediatas.

Las grandes, enormes, multinacionales tienen recursos más que suficientes para crear y financiar sus propios centros

Si analizamos lo ocurrido últimamente en el mundo de la tecnología, comprobamos que los grandes desarrollos proceden de compañías privadas. Hoy, la nube es el espacio común y veremos desaparecer el uso de intranets. Pero la nube no la han creado los gobiernos. El sistema GPS fue desarrollado por el Gobierno de EE. UU., pero, hasta que TomTom primero y Google Maps después no lo pusieron a disposición de todos, su existencia era casi desconocida. Hoy es Google quien suministra servicios de geoposicionamiento a muchas administraciones.

La inteligencia artificial y la biotecnología están en manos de multinacionales que son más grandes que muchos países. Quizás el LHC haya sido el canto del cisne en desarrollo científico–tecnológico público, pero su escasa aplicabilidad inmediata podría explicarlo.

Desde la universidad tenemos que reflexionar si nuestras carreras profesionales, basadas en artículos en revistas de alto impacto en nuestro mundo, pero muy poca relevancia social, y nuestra obsesión por ránquines de escasa utilidad nos están llevando a convertirnos en centros subsidiarios de los que realmente están en la frontera del conocimiento. A la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos lo veremos en pocos años, pero, entonces, ya será irreversible.

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