La mirada del sentido común

'La mirada del sentido común'
'La mirada del sentido común'
Pixabay

Se me encoge el alma –y supongo que también el cuerpo- cuando esa criatura a la que la vida ha zarandeado con encono, mucho más de lo apropiado a su edad, enciende sus ojos y me mira de frente, lista para enunciar su aserto, siempre de calado, de profundidad honda. 

Ya de niña, como sus hermanos, planteaba con el vestuario de la inocencia cuestiones que uno, reconvertido a recortador, se esforzaba por torear con el ánimo único de salir airoso del paso; con faenas más o menos afortunadas. Pero hace años que esa mirada no admite requiebros.

“¿Sabes lo que pasa, papá? Que en esta sociedad hay mucha gente que no tiene ni idea de qué es lo importante. Se miran al ombligo, pensando en tonterías, en lo intrascendente; sin saber qué es lo que merece la pena. Supongo que algún día se darán cuenta de forma inesperada y dolorosa de dónde está lo fundamental”. E inicia una reflexión, un análisis reposado y trascendente, sustentado en argumentos rumiados a lo largo de esas experiencias que han dejado sello en su alma.

Procuro mantener el tipo ante esa elocución magistral, que me deja con la boca y el corazón abiertos, discurso al que no soy capaz de arrebatarle ni una coma. Buceo por las honduras de un pensamiento jalonado de sentido común; al que voy encontrando formas. Repaso las ocupaciones de nuestros regidores, incapaces de atender el bien común; me adentro en las atenciones de muchos que tienen por quehaceres el interés único por sí mismos; contemplo las despedidas en soledad de esos mayores que se marchan como han vivido, sin nadie al lado; o la pena inmensa de esos que una y otra vez se trastabillan en el empeño estéril por levantarse y salir adelante.

En la recta final de su raciocinio, busco la tabla de salvación del asidero que le haga volver al territorio de lo banal: “¿Una cervecita?”. Me guiña el ojo y sonríe. Pero de camino ha vuelto a dejarme grabada esa lección de madurez que diseña su vida y sus relaciones. Sorprendida por quienes, perdidos en laberintos, aún no han sabido descubrir los perfiles de lo que de verdad conforma la trascendencia. Lo que merece la pena. 

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