Por
  • Juan Manuel Iranzo

Rinocerontes en Aragón

'Rinocerontes en Aragón'
'Rinocerontes en Aragón'
Leonarte

Si anda por la sabana y ve un rinoceronte, no es buena idea hacer como si nada; si le mira, es una mala idea ponerse a pensar en otra cosa; si empieza a trotar hacia usted, debería buscar ya algún medio de alejarse o protegerse; si carga, intente no dejarse llevar por el pánico; justo antes del impacto, es una pésima idea quedarse quieto: intente esquivarlo; y si le atropella y sobrevive, procure al menos aprender algo útil de la experiencia. Obvio, ¿no? Pues parece que no.

A diferencia del Cisne Negro, que Nassim Taleb definió como un suceso de gran impacto negativo, muy improbable y difícil de prever (ejemplo tópico: la Gran Recesión), el Rinoceronte Gris es un hecho potencialmente catastrófico, pero muy previsible y frente al que no se reacciona o se actúa de un modo que, después, parece inconcebiblemente erróneo. ¿Un animal demasiado absurdo para ser real? Al contrario, la politóloga Michele Wucker, que ha acuñado esta noción en su libro ‘The Gray Rhino’, los ve por todas partes.

Tomemos como ejemplo la pandemia (augurada por muchos expertos dados los precedentes: Sida, Ébola, H1N1, SARS…) y veamos sus fases típicas: primero, negación (en enero de 2020 el nuevo virus era un problema chino o italiano); luego, procrastinar (en febrero no se actuó, los primeros casos parecían poca cosa); después, evidente ya la amenaza, se embrolla el proceso de diagnóstico (a inicios de marzo nadie parecía saber qué hacer); cuarto, el pánico y su consecuencia habitual: una respuesta tardía, mucho más costosa y menos efectiva que una acción más temprana y mejor preparada (declaración del estado de alarma); y, por fin, el momento decisivo en que se evita la embestida en el último segundo o uno es arrollado con malas o perores consecuencias (y es así cómo, a la vez que sanitarios, responsables públicos, empresas y ciudadanía común aprendíamos progresivamente a prevenir, combatir o paliar el contagio, el rinoceronte nos pasaba por encima una y otra vez, ola tras ola). 

La crisis de 2008 (precedida de suficientes signos claros para que se hicieran fortunas a contracorriente), el cambio climático, la crisis de las pensiones, la escasez de agua, la masiva extinción de biodiversidad, la pérdida de competitividad de las empresas que no absorben la revolución tecnológica…, son eventos ante los que estamos reaccionando del mismo modo.

Hay muchos sesgos psicológicos e incentivos perversos que favorecen la inacción ante un Rinoceronte Gris. Negar un peligro remoto y que, como una nube de tormenta, podría disolverse solo reduce el estrés y ayuda a centrarse en el presente; marear la perdiz da tiempo a que el peligro concrete sus dónde, cuándo, cómo, porqué, cuánto y para quién…; el diagnóstico de un problema grave puede exigir una ingrata negociación sobre el reparto de responsabilidades y costes que es fácil y tentador dilatar; el pánico puede causar una parálisis catastrófica, pero un líder empresarial o político que conoce la aversión de accionistas y votantes a toda decisión que les obliga a asumir costes y pérdidas, y teme sus reproches por gastar en prevenir crisis ‘hipotéticas’, que luego no ocurren (así sea porque las ha evitado), suele saber también que esperar a que la gente esté aterrada puede reforzar su autoridad y que si actúa con cierta eficacia al socorro del desastre, podría pasar por un héroe; y a veces el único modo de aprender es vivir un duro fracaso. Todo esto vale para países, instituciones, organizaciones y personas.

Se sabe hace mucho que el calentamiento global condenaba a muerte a las minas de carbón, pero su cierre nos arrolló sin implementar alternativas suficientes a tiempo; y también a la nieve como recurso turístico, pero ha tenido que amenazar con el cierre una estación de esquí para desencadenar un pánico de eficacia aún incógnita. La despoblación rural es evidente desde hace más de medio siglo, pero hasta que la España Vaciada no ha tenido un diputado propio en el Congreso no se ha iniciado un tortuoso y caótico proceso de diagnóstico para determinar cuántos pequeños municipios pueden salvarse y cómo. El éxito de iniciativas como el Parque Tecnológico Walqa o las plataformas aeroportuaria de Teruel y logística de Zaragoza no oculta una verdad incómoda de la que cuesta hablar: el PIB de Aragón depende críticamente desde hace 40 años de una sola firma, la Opel. Elijan su Rinoceronte Gris Aragonés pasado, presente o futuro favorito. El mío es ahora la negación tácita de que necesitamos instituciones prospectivas permanentes que detecten amenazas y oportunidades a medio y largo plazo, y propicien procesos de negociación amplios, transparentes y racionales que lleven a mejores decisiones políticas, económicas y sociotécnicas, y a tiempo.

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