Por
  • Eva Pérez Sorribés

Luz de gas

'Luz de gas'
'Luz de gas'
Pixabay

Tiene su simbolismo que la luz que nos ilumina y da calor se esté convirtiendo en un producto de lujo. 

Anda la energía en la estratosfera de un mercado que condena a los vulnerables a la peor de las pobrezas, la que te sume en la oscuridad y en el frío de una forma tan literal que hasta las metáforas parecen eufemismos. Y me recuerda este drama al thriller psicológico que el cineasta George Cukor revisó en 1944 de otra película británica, ‘Gaslight’, aquí traducida como ‘Luz que agoniza’. Hasta el argumento –la manipulación y el abuso psicológico con fines económicos– sirve de telón de fondo de este oligopolio eléctrico y este marco regulatorio, indescifrable para entender, y claro como el agua para pagar más. Todos somos esa frágil Ingrid Bergman en las manos de un despiadado Charles Boyer, que es este mercado desbocado. Y nos falta el Joseph Cotten que nos salve haciendo su papel, en este caso, la política regulando y ejerciendo, o lo que es lo mismo, gobernando para los ciudadanos y poniendo cada cosa en su sitio. Veremos si las medidas aprobadas ayer por el Ejecutivo sirven de verdad para embridar este caballo al galope de los precios. Pero entretanto que nadie nos haga luz de gas intentando volvernos locos. La energía es el nuevo dorado y su especulación nos victimiza a todos. No solo es el mercado, ni Europa, ni el marco regulatorio. Es todo lo que, al principio y al final, pone los recursos públicos en las manos de unos pocos. Esta película también es de Oscar. Que no se lo lleven los de siempre.

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