Amor catarí

Messi.
'Amor catarí'
Sarah Meyssonnier / reuters

No me interesa el "más rápido, más alto, más fuerte" del olimpismo. 

Y se me atraganta la obsesión por el medallero, debido a su cerril nacionalismo, pero también porque compara absurda y abusivamente los logros de China con los de Isla Mauricio. Así que este verano, pasada la Eurocopa de fútbol, toda mi atención deportiva se dirigió al cambio de equipo de Lionel Messi, por quien llegué a estar muy preocupado. Después vino el asunto inverso de Kylian Mbappé, su actual conmilitón. En este caso, el que me conmueve y apena es el fiel patrón catarí, cuyo afecto no parece correspondido.

Mi desasosiego por Messi se reveló fundado cuando el jugador declaró lo "dura" que había sido la "semana" previa a su nuevo contrato de trabajo, precisando que lo sucedido "no se deja atrás de un día para otro" y que había pasado por "un montón de sentimientos" que tenía que "asimilar". A tal fin, seguro que le apoya el mencionado amante despechado, quien, como buen catarí con posibles, tiene amor para dar y tomar, a diestra y siniestra, a cristianos y talibanes.

Por otra parte, Messi también declaró estar "ilusionado" con la "nueva etapa" que se abría para él y su familia. Así que no faltarán quienes le achaquen haberse repuesto demasiado pronto de tanta desgracia. Sin embargo, yo no tengo la menor duda de que el futbolista está siendo del todo sincero. Su ambivalente reacción es la de quien, abandonado por un amor, encuentra otro, o bien, la de quien ha salido de una secta y se cree libre. Porque el fútbol de élite, maravilloso espectáculo, a veces es peor que un negocio turbio.

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