Por
  • Luisa María Frutos

La vulnerabilidad de la actividad turística

Turistas en Zaragoza.
Turistas en Zaragoza.
Oliver Duch

El turismo es un importante motor de desarrollo por su capacidad de arrastre y su participación en el Producto Interior Bruto (PIB) y el empleo, destacado en el conjunto de España (12,4% y 12,9% respectivamente en 2019), y apreciable en nuestra Comunidad autónoma, donde supone un 8% del PIB y 10% del empleo directo. 

Pero la globalización actual y la alta dependencia que tiene esta actividad de los gustos y preferencias de la demanda la hace más vulnerable que otros sectores económicos a crisis de distinta índole, sean endógenas o exógenas.

Las crisis endógenas están relacionadas con la estructura de la actividad en el destino, la gestión y las políticas sobre el turismo y son problemas internos controlables.

Pero un desastre exógeno a la propia actividad turística es impredecible y no es controlable fácilmente. El turismo es, por su naturaleza, más vulnerable a los ‘shocks’ exógenos que otros sectores económicos, ya que se basa en las expectativas y la confianza de los visitantes. Pueden provocar una crisis o ‘shock’ los desastres naturales, la inestabilidad política y social, el terrorismo, las crisis económicas o los eventos sanitarios, aunque hasta ahora no se había producido uno de repercusiones tan amplias como la actual pandemia. Los efectos pueden ser locales o afectar a grandes zonas y tener repercusiones contrarias en unos u otros destinos. En todo caso, tienden a cambiar la estructura e incluso la supervivencia del sistema allí donde impactan. Aludiremos a algunos de ellos.

La crisis económica de 2008, prácticamente mundial, incidió de modo muy directo en los países desarrollados con retracción de los turistas. Sin embargo, sorprendentemente el descenso de visitante solo afectó a 2009, con una reactivación en los años siguientes, especialmente en la Europa mediterránea y en España. Todos los analistas coinciden en el papel que tuvo la Primavera Árabe en 2010-11, por la inestabilidad política y de seguridad en esos países, con su efecto disuasorio para el posible viajero que pudiera acudir a ellos y la reordenación de los destinos. El caso de Aragón es peculiar, al celebrar la Expo en 2008, y aunque en 2009 hubo un descenso de 464.758 visitantes, en palabras de Callizo y Lacosta, no queda claro si fue fruto de la crisis, la ‘resaca’ de después del ‘boom’ de visitantes o la suma de ambas, recuperándose al año siguiente.

Mucho más duro está siendo el efecto de esta pandemia. Los datos de Exceltur muestran que en España, al finalizar 2020, la aportación al PIB se redujo al 4,3%, frente al 12,4% de 2019, y la caída del empleo fue del 12,7%. En Aragón, el número de visitantes se redujo en más de un millón, muy especialmente extranjeros, con la correspondiente repercusión en el empleo.

Quiero advertir, también, que hay una crisis latente que habrá que saber gestionar: el cambio climático, que ya afecta en Aragón al turismo de la nieve y puede provocar cambios en otros sectores basados en la naturaleza y el turismo activo. En el plan de socorro que el presidente de la Comunidad anunciaba en mayo (inversiones en infraestructuras y conexión de estaciones) no será suficiente. Hay que buscar otras alternativas en un corto plazo.

Sin embargo, es un hecho constatado que la actividad turística se recupera con cierta rapidez, porque el deseo de viajar sigue vivo, como mostró la recuperación tras la crisis de 2008. Pero hace falta que los actores de los que depende el turismo (la oferta y la demanda) estén bien informados de la situación y los propios implicados reaccionen, mejorando lo que no había funcionado bien y creando nuevas expectativas que aseguren la eficacia y el bienestar del viajero, con respuestas imaginativas, reinventándose con nuevas experiencias en el turismo de naturaleza, el rural y el cultural, una adecuada gestión de los servicios, el apoyo de todos los actores y un eficaz márketing que convenza a los posibles turistas. Digamos que no todo está perdido, pero hay que hacer un esfuerzo extra y aunar esfuerzos ante la dispersión de los pequeños negocios y de la oferta de productos turísticos, especialmente en Aragón, con el apoyo de las administraciones. Todo ello está en línea con lo que se proponía el Plan Aragonés de Estrategia Turística (PAET), paralizado por la pandemia, que deberá retomarse y mejorarse. En todo caso, esa recuperación ha de ser sostenible social, económica y medioambientalmente, o no será.

Luisa M.ª Frutos es catedrática emérita de la Universidad de Zaragoza y miembro de la Asociación de Profesores Eméritos de la Universidad de Zaragoza (Apeuz)

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