Una vez más

Los talibanes montan guardia en Kabul.
Los talibanes montan guardia en Kabul.
Stringer / Efe

Llega septiembre y, como todos, un nuevo curso escolar.

 También para la información. Pero este verano ha estado cargado de noticias, no sé valorar si más o menos que otros años pero, para ser un estío de ‘no fiestas’, nuevas en los medios no han faltado.

Parecía que el calor pronosticado por los meteorólogos y la falta de turistas extranjeros iban a ser las estrellas. Pero en esto se cruzó la invasión de ‘sin papeles’ en Ceuta, y las subsiguientes repatriaciones, y el precio de la electricidad, descabellado e incomprensiblemente elevado. Y rápidamente, como por casualidad, se ha unido el alza en el precio de los combustibles, justo el año que el turismo interior iba a suponer un aumento del consumo. Menos mal que el ‘procés’ nos ha dado un pequeño respiro por primera vez en los últimos cuatro o cinco años. Las catástrofes naturales no han golpeado con mucha profusión, aunque lo de las inundaciones en Alemania, justo antes de elecciones de resultado indeciso, parece un mal bíblico. Solo Haití, el país más pobre de América, ha vuelto a ser víctima de un seísmo que golpea otra vez a una sociedad paupérrima. Y en esto estábamos cuando nos explota en la cara el drama de Afganistán.

Este país centroasiático, en guerra desde 1979 si no recuerdo mal, continúa siendo el epicentro de una lucha ideológica que no somos capaces de comprender. Se podría pensar que la implantación de los valores occidentales en sociedades con modos y hábitos alejados de los nuestros está abocada al fracaso, como lo demuestran los ejemplos de Palestina y África subsahariana. Este eurocentrismo (los valores norteamericanos son también eurocéntricos, pues proceden de la Ilustración del siglo XVIII) nos hace creer en una superioridad moral que todos tienen que aceptar y seguir. Nada nos hace reflexionar sobre el porqué del permanente fracaso en el intento de ‘democratizar’ países a golpe de fusil.

Pero una cosa es esta y otra muy distinta la falta de reacción de la sociedad afgana para liberarse, y librarse, para siempre de una ideología extrema que no les beneficia. Las evacuaciones de miles de afganos por tierra y por aire -y, si tuvieran costa, también lo intentarían por mar- no se explicarían si lo que realmente desearan fuera que Estados Unidos y sus aliados nos marcháramos de allí para siempre. Saben que no han construido un Estado lo suficientemente fuerte como para imponerse a los señores de la guerra que imperan en cada región. Auténticos caciques que entregan el poder central de Kabul y el control ideológico y teológico a los talibanes para mantenerse ellos como verdaderos reyezuelos en sus respectivos microestados. Lo hicieron durante la invasión soviética, lo repitieron durante el mandato del emir Omar, se han mantenido iguales durante el gobierno títere soportado por la coalición internacional y lo van a volver a hacer ahora, con el nuevo emirato.

Ellos son la estructura que hay que desmontar, pero no solo en Afganistán, también en los países del Sahel, en la franja de Gaza, en el Líbano y en todos los sitios que presentan conflictos de muy larga duración. Los jefes de los cárteles de las drogas, en esto al menos, son más honrados. No tienen ninguna vergüenza en reconocer que lo que buscan es poder. Los señores de la guerra, en todas las áreas en conflicto, se esconden detrás de religiones e ideologías que nada tienen que ver con lo que hacen.

No nos extrañemos entonces de que ocurran las cosas que ocurren. Seguimos empeñados en pensar que Occidente ha llegado a un nivel de desarrollo que todos admiran. Pero nos olvidamos de que, en nuestros acomodados países, las desigualdades sociales pueden amortiguarse parcialmente porque el Estado dispone, más o menos, de mecanismos de compensación que llamamos Estado de bienestar. En las partes del mundo en conflicto la desigualdad no se revela como mayor o menor nivel de riqueza material, sino como vida o muerte. Esta es nuestra auténtica superioridad, saber que la violencia no es un recurso y que solo se debe utilizar en casos extremos. Para quitar el hambre es más efectivo dar una caña y enseñar a pescar que dar un pez, pero para lograr la paz no es lo mejor dar un fusil ametrallador y enseñar a usarlo. No hace tanto de Bosnia ni de Siria. Ahora Afganistán. Si no cambiamos, lo volveremos a ver una vez más.

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Zaragoza

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión