La economía aragonesa está en un proceso de franca recuperación y tiene en la industria y en las exportaciones dos de sus motores principales. 

Preocupan sin embargo una serie de factores que están frenando el crecimiento. Uno de ellos es, sin duda, el alto precio de la electricidad en nuestro país, pero otros tienen dimensión global, como la escasez de semiconductores, el coste de algunas materias primas o el encarecimiento del transporte marítimo internacional.

A diferencia de lo ocurrido en otras crisis económicas, la salida de la provocada por la pandemia no se ve dificultada por la atonía del consumo. Por el contrario, la demanda está creciendo, tanto en España como en el resto del mundo, pero los obstáculos aparecen en esta ocasión por el lado de la oferta: se están dando cuellos de botella que impiden producir todo lo que requiere el mercado. A una factura de la luz disparada y al deficiente suministro de componentes como los semiconductores se suma también el encarecimiento de los fletes marítimos, debido en parte a las consecuencias de la propia pandemia, que ha trastocado la cadena logística. Para muchas empresas aragonesas, grandes y pequeñas, con vocación exportadora esta situación supone un serio lastre que dificulta su funcionamiento. El envío de un contenedor en un barco ha multiplicado su coste incluso hasta por seis sobre el habitual. Hay que confiar en que esta situación sea pasajera y que la reacción del propio mercado vaya normalizando tanto el suministro de componentes como la organización de los intercambios de mercancías. También sería deseable que el Gobierno actuase para moderar los precios de la energía eléctrica. Pero de momento todas estas circunstancias vienen a limitar la potencia de una recuperación que no obstante es ya notoria en nuestra Comunidad. Y a la larga, si se mantuviesen, podrían repercutir también en los precios que paga el consumidor generando inflación.