El pis de tu perro

Hay contenedores para los excrementos de los perros, pero la orina también es antihigiénica y desagradable.
Hay contenedores para los excrementos de los perros, pero la orina también es antihigiénica y desagradable.
Maite Fernández / HERALDO

Los paisajes de las ciudades son los que no se notan. Por ejemplo, el tiempo de los semáforos cuando parpadean. 

En Madrid, a diferencia de Zaragoza, hasta que cambian a rojo te da tiempo de hacer el paso de cebra dos veces, pero en los días que tardé en darme cuenta yo adelantaba a la gente corriendo como de puntillas. Ahora voy por la calle y en función de la carrera identifico a los foráneos y también pienso que un madrileño en Zaragoza moriría atropellado.

Otro de los espectáculos desapercibidos de la decoración urbana de cualquier ciudad son los orines de los perros, que se deslizan como ríos tatuados desde señales, esquinas y persianas de comercios a un punto indeterminado de las aceras. En verano además, con la falta de lluvia, solidifican con mayor aplomo y si la calle no cuenta con la debida limpieza municipal, a algún chorretón se le acaba cogiendo hasta cariño. Lo que me sorprende de ello, es cómo hemos normalizado que las calles acaben llenas de pises de perro como una costumbre inevitable o, en cierto modo, un guiño solidario con estas mascotas, como si ellas fueran las responsables de saber dónde pueden orinar.

Si hace unos años no era del todo raro ver al dueño del animal mirando los tonos ocres del atardecer mientras el can plantaba un pino que quedaba abandonado a su suerte en aceras o jardines, la conquista actual de afear a los propietarios de los perros que dejen la digestión en la vía pública fue un cambio notable. Yo los veo agacharse con la bolsita en la mano, como el que va a comprarse unos pistachos al peso, y entiendo que no es agradable, pero no queda otra si se aboga por la convivencia. Sin embargo, me resulta sangrante ver cómo el animal levanta la pierna en cualquier esquina ante la complicidad del humano y deja ahí sus restos de meada.

A raíz de esta circunstancia, he sabido que en más de un ayuntamiento de localidades pequeñas o medianas optaron por obligar a los dueños de los perros a llevar una botellita de agua con lejía para echar sobre el pis y que este se diluyera (y no oliera). Y me parece un mínimo deseable de convivencia e higiene por el que se debería apostar decididamente desde los consistorios como medida fácil, justificada y solidaria. Que a mí también me gustan los perros, pero de eso el resto no tiene la culpa.

@juanmaefe

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