Goya en su silla de ruedas

"El sueño de la razón produce monstruos".
"El sueño de la razón produce monstruos".
HERALDO

Nos gustan los ‘recuerdos’ a medida. 

En España, tras el empacho de memoria fabricada por los vencedores de la guerra civil, renacieron los estudios históricos (mucho antes de concluir el franquismo) con alto nivel de solvencia. Pero los altavoces gubernativos, entre 2004 y 2011, vocearon de forma estentórea, como si la historia rigurosa de la guerra de 1936 empezase a ser escrita por la gente de Rodríguez Zapatero. Y en ese esfuerzo estamos. Pero, si bien nunca se acaba de escribir la historia por completo, lo principal hace días que está hecho; y bien hecho.

Con Goya, a quien estamos celebrando -nunca bastante- hay varios ‘recuerdos’ arraigados que no responden a la verdad. Uno, y muy absurdo, es el de su falta de simpatía por los reyes, de quienes los más iletrados críticos dicen que solo hay que ver sus retratos para concluir que el pintor no los quería. Ni hablar de eso.

Goya les profesaba respeto y cariño y, en particular, a Carlos IV. Había en España una veintena de pintores de cámara del rey (incluida una mujer, Francisca Meléndez), pero ‘primer pintor de Cámara’ solo había uno, con emolumentos que triplicaban largamente los de sus colegas. Eso llegó a ser Goya.

Ya antes había consignado el aragonés su buen trato con el monarca. El 20 de febrero de 1790, dice a su fraterno amigo Martín Zapater: «Hoy he entregado un cuadro al rey, que me había mandado hacerlo para su hermano el rey de Nápoles (entonces, Fernando IV). He tenido la felicidad de haberle dado mucho gusto, de modo que no solo con las expresiones de su boca me ha elogiado, sino con las manos por mis hombros medio abrazándonos...». Y en diciembre de 1791, de nuevo: «Ya estoy algo mejor y más firme. Hoy he ido a ver al rey, mi señor, y me ha recibido muy alegre. Me ha hablado de las viruelas de mi [hijo] Paco, de las que ya sabía; le he dado razón y me ha apretado la mano...». Le conmueven esos contactos físicos.

Algo después, a Goya lo menospreció alguien ante el rey. Pero quienes lo presenciaron, «que no sé quiénes son, se le echaron encima y afearon mucho el hecho». Goya se ufana de que el rey comprobase así cómo era un honorable servidor suyo.

Una vejez anticipada

Otra desmemoria histórica es reducir los males de Goya a la sordera. Ha escrito J. F. Esteban que «en Goya la vejez empezó en 1792 cuando su enfermedad» (‘envenenamiento del plomo’, decía él) «le deja sordo, con dolores de cabeza, alucinaciones, pérdida de equilibrio, la mano derecha inútil, casi paralítico. Ya no puede cazar...». Cinco años más tarde acomete sus inigualables ‘Caprichos’.

Para abrir la serie -idea luego desechada- concibió el famoso ‘El sueño de la razón produce monstruos’, explicado por él mismo: «El autor, soñando. Su yntento solo es desterrar bulgaridades perjudiciales, y perpetuar con esta obra de ‘caprichos’ el testimonio solido de la verdad». (Alguna vez he pensado si en lugar de ‘sólido’ quiso escribir ‘salido’, anticipándose al surrealismo).

La fascinante escena, mil veces reproducida, solo mide un palmo y no fue improvisada. Hizo dibujos preliminares y ya de antiguo hay teorías diversas: si la razón no vigila (el sueño es lo opuesto a la vigilia), el cerebro disparata. O, también, que más allá de la razón hay otros mundos, acaso monstruosos y soñados, pero reales para el sujeto. O bien: la creación debe atender igualmente al raciocinio y a la fantasía, más libre, ilimitada y creadora. Se conservan tres explicaciones de época, manuscritas. La del Museo del Prado, muy ecléctica, dice así: «La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles; unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas». En suma: Goya inagotable para sus intérpretes.

En esos años, Don Francisco no se siente bien. En 1797 (abril) dimite como director de Pintura de la Real Academia de San Fernando, porque -dice- «en vez de haber cedido sus males se han exacerbado» y cuenta (octubre) a su amigo del alma: «Yo aún no he empezado a trabajar nada, ni he tenido con mis males humor. La semana que viene empezaré, si Dios quiere. ... Tenme duelo». Y en escrito oficial al rey: «...hace seis años que me faltó de todo. La salud y especialmente el oído, hallándome tan sordo que no usando de las cifras de la mano no puedo entender cosa alguna».

Un detalle del ‘capricho’ pasa inadvertido. El artista usa silla de ruedas y lo deja ver discretamente. Concluye J. F. Esteban: «Tan mal estaba que hubo de transformar una de sus sillas en silla de ruedas -y la dibuja- para poder dibujar y grabar sus ‘Caprichos’ (...) Goya se recuperará parcialmente, pero seguirá siendo sordo, no podrá ya dar clases, ni cazar (llegará a cambiar dos escopetas por un reloj de bolsillo...)».

Goya alcanza la cima de la creación una y otra vez. Parecía acabado y aún tenía que darnos lo más maravilloso de cuanto hizo. No se fíen de la memoria; sobre todo si es ‘histórica’.

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