Cursilería

Hay quien considera cursi una puesta de sol...
Hay quien considera cursi una puesta de sol...
José Carlos León / HERALDO

En su reciente prefacio a los ‘Diarios’ de Stefan Zweig, Mauricio Wiesenthal afirma que «la vida tiende al pudor», que la naturaleza disimula sus vísceras y su funcionamiento.

 Entre otros, el autor barcelonés pone el ejemplo del sexo, cuyas ceremonias de cortejo lo «dilatan y posponen».

Conforme a esta hipótesis, cabría decir que el pensamiento intenta mostrar al ser humano con un aspecto presentable o, al menos, soportable. Esto sería así incluso cuando se aborda crudamente lo ominoso, como lo hace la literatura desbarrancada del colombiano Fernando Vallejo, que me acompaña este verano, en la que brillan el lenguaje, el humor y la ternura no pretendida. A fin de cuentas, ¿acaso no son esencialmente pudorosas una paradoja o una metáfora bien traídas?

Las referidas palabras de Wiesenthal vienen a refrendar mi aprecio por la cursilería, una virtud que creí defecto y que con los años he llegado a concebir como antónimo de lo inerte y de la muerte. En cierto sentido, creo que toda forma de vida es en parte una cursilada. Y hasta diría que lo único que no es cursi es la crueldad.

Por otra parte, cuanto más aprecio la cursilería, más me repele su uso manipulador y su mercantilización publicitaria. Con el fin de vender embutidos o depósitos bancarios, se apela a los más nobles sentimientos familiares y a las más desinteresadas causas planetarias. Sin embargo, sé que mi rechazo es incongruente, ya que la banalización lucrativa de lo cursi, aunque se me antoje espuria, no deja de ser otro caso, y no menos entrañable, probablemente, del pudor al que tiende la vida.

jusoz@unizar.es

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