Refugiados afganos

Manifestación de refugiados afganos en Yakarta, Indonesia.
Manifestación de refugiados afganos en Yakarta, Indonesia.
Willy Kurniawan / Reuters

Entre el caos y la humillación de Kabul, Estados Unidos y Europa se esfuerzan por mostrar su cara más generosa hacia los refugiados a los que están sacando por vía aérea de Afganistán.

 Los gobiernos presumen de cuántos han traído ya y lamentan no poder salvar a todos los que quisieran; las comunidades autónomas piden que les envíen a algunos, dando por descontado que serán unos pocos, y los ministros corren a abrazar a la primera mujer con velo que baja de cada avión. Todo eso está muy bien, claro. El problema es que el drama de los refugiados afganos no ha hecho más que empezar. Y no se trata únicamente de aquellos que han colaborado directamente con la ocupación occidental y a los que se les debe gratitud. Se trata de muchas, muchas más personas. El ‘New York Times’ publicaba hace un par de días que, desde hace meses, cada semana salen de Afganistán, por vía terrestre, unas treinta mil personas. Muchas de ellas, ya han recorrido algunos miles de kilómetros a través de Irán y están en este momento en la frontera de Turquía. Y quieren llegar a Europa, naturalmente. El gobierno de Erdogan les cierra el paso, porque no quiere convertirse una vez más en el campo de refugiados vicario de los europeos. Todavía hay en Turquía más de tres millones de sirios que escaparon de la guerra. En 2015, la crisis migratoria provocada por la implosión de Siria dio lugar en Europa a una agria e indecorosa disputa por el reparto de los refugiados, reforzó regímenes iliberales, como el de Hungría, e impulsó a la extrema derecha en países como Alemania. Afganistán está más lejos que Siria, pero es cuestión de tiempo que quienes huyen llamen a las puertas de Europa. Veremos entonces cuántos ministros corren a abrazarlos.

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