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  • Heraldo de Aragón

Cartas al Director: "Las aportaciones al idioma de una familia emigrante"

Las lenguas están vivas gracias a sus hablantes
Las lenguas están vivas gracias a sus hablantes
Alejandro N / Flickr

Mis padres y yo emigramos a Francia y después al Canadá, y de allí nos trajimos algunas aportaciones a la lengua española. En mi casa, la jubilación se llamaba la ‘retreta’ (del francés ‘retraite’); el desempleo era el ‘chomás’ (‘chomage’). Pepinillos, zanahorias y pomelos eran ‘cornichones’, ‘carotas’ y ‘pamplemuses’. Para ingresar la nómina no se iba al banco sino a ‘la banca’. Mi madre trabajaba de limpiadora en un hotel, una ‘kelly’ se diría ahora, pero ella decía que limpiaba ‘chambras’ (de ‘chambre’, habitación); y nosotros no vivíamos en París en una casa, sino en una habitación en un mísero callejón a la que llamábamos ‘la chambra’. En nuestro hogar, los desperdicios no se tiraban a la basura o a la papelera sino a la ‘pubela’ (‘poubelle’); el suelo no se barría con una escoba sino con un ‘balé’ (‘balais’). En la fábrica de Montreal en la que trabajaba, mi padre no hacía horas extras sino ‘overtain’ (del inglés ‘overtime’) y no tenía un encargado sino un ‘forman’ (del inglés ‘foreman’). Las compras se hacían en el ‘Estember’ (nombre de la cadena de alimentación Steinberg de Canadá). Pero la palabra más extraña que mis padres incorporaron a nuestro vocabulario fue ‘gabuto’, para designar al trastero. Durante mucho tiempo no supe de dónde venía esa palabra. Hasta que me enteré de que provenía del italiano ‘sgabuzzino’, que significa precisamente armario o trastero. Seguramente, a mis padres un nombre terminado en ‘-ino’ les parecería demasiado fino y lo cambiaron por otro acabado en ‘-uto’. Con esa lengua en casa nos entendíamos perfectamente. El problema surgió cuando regresamos a España, a nuestro pueblo de Teruel, y mi madre le decía a su hermana que iba a ir al ‘Estember’ a comprar ‘cornichones’ y ‘carotas’, o que tenía el ‘gabuto’ lleno de cosas que no servían.

Evaristo Torres Olivas
VILLARQUEMADO

Reservado el derecho de admisión

Tengo tantos años que recuerdo este cartel en los bares a los que entraba. ¿Quién y por qué colocaba ese letrero? ¿El régimen? ¿El sentido común, teniendo en cuenta la que estaba cayendo? Ni lo sé ni me importa, pero nadie se atrevía a cuestionar una orden tan clara. Hace unos días, en esta misma sección leí una carta de alguien que se mostraba en contra del pasaporte covid en bares por ser, según su opinión, una discriminación inaceptable. Mucho antes de que en los bares se colocara ese letrero, España había pasado por una guerra en la que con seguridad se habían decretado infinidad de toques de queda que todo el mundo aceptaba (o aguantaba) porque no le quedaba más remedio. Tengo para mí que los que hoy mandan no han pasado una guerra y creo que no sería una utopía considerar que la que está cayendo se parezca a una guerra en cuanto a tomar decisiones. De ahí que me reafirmo en que nuestros políticos ni están ni se les espera. Las redes sociales los pueden enterrar y para entonces habrán perdido el derecho a decir, "¿qué hay de lo mío?".

Pedro Calvet Gutiérrez
ZARAGOZA

El uniforme de las deportistas

Con frecuencia las revoluciones van seguidas por una etapa de estudio o análisis de esa nueva realidad. Las revoluciones industriales han venido seguidas de un análisis (‘logía’) de lo que nuestro comportamiento ‘revolucionario’ estaba causando en la naturaleza. Después de una etapa de ‘ilusión industrial’ ha venido otra de análisis de sus consecuencias, unas buenas y otras malas. Creo que la revolución sexual de la segunda mitad del siglo XX va a venir seguida de un proceso de reflexión sobre en qué ha beneficiado y en qué no, esta vez, a la naturaleza humana. La reciente protesta en los Juegos Olímpicos de Tokio de las gimnastas alemanas usando un traje de cuerpo entero, cubriendo brazos y piernas, para denunciar la sexualización del deporte es un botón de muestra, pequeño pero significativo, de lo que entiendo que va a ser la nueva ‘ecología sexual’. La idea es, dice la gimnasta alemana Sarah Voss, de 21 años, "sentirse bien sin dejar de ser elegante". Como explica otra compañera, desde que comenzó la menstruación empezó a sentirse incómoda; y más aún cuando vio que sus fotos mientras competía con el traje ajustado eran usadas en entornos ‘no deportivos’. En igual dirección han ido las jugadores de la selección noruega de vóley playa: mientras los chicos llevan camiseta completa y pantalón, ellas tienen que jugar con un bikini que tiene hasta determinados los centímetros que puede tener de alta la braguita. Se sienten sexualizadas e incómodas y no quieren ser objetos sexuales. Creo que es el comienzo de la ecología sexual.

Iñaki Iraola Arnedillo
ZARAGOZA

Cultivar la amistad

Acabo de leer una carta con el título ‘Los verdaderos amigos, esa familia que uno elige’, firmada por Menchu Gil Ciria. Quiero felicitar a la autora de la misma, porque no se puede describir el sentimiento de la amistad mejor en tan poco espacio, mi sincera enhorabuena por ello. Esa carta me ha hecho recordar a mis amigos, que he ido haciendo a lo largo de las diferentes etapas de mi vida, en la juventud, en los estudios, en el trabajo y en otras facetas y actividades a lo largo de los años, que ya suman unos cuantos. Como señala, siempre se ha dicho que quien tiene un amigo tiene un tesoro; y otro dicho es que la riqueza de un humano se mide por la cantidad y calidad de sus amigos. Por ello animo a mantener y cultivar el sentimiento de la amistad, ese valor de afecto incondicional, saber siempre que tendrás a alguien cerca en los momento felices y especialmente en los momentos difíciles, que te escuche y anime. Amigos siempre dispuestos a ayudarte, a colaborar con tus proyectos e ilusiones, sin pedir nada a cambio. Es un valor que da el amigo de verdad. Por ello hoy recuerdo a todos mis amigos (algunos ya se fueron para no volver), para decirles: gracias por vuestra amistad, y sabed que siempre estáis ahí. Gracias.

Carlos Melús Abós
ZARAGOZA

Sin fiestas

Comprendo que a muchas personas les duele quedarse sin las correspondientes fiestas de sus pueblos. La gente, incluso quienes se dicen progresistas, suele estar muy apegada a sus tradiciones; y además, un poco de juerga, después de tanto tiempo de contención, nos apetece a todos, aunque algunos siempre hay a los que les apetece demasiado. Pero tengo claro que quedarnos sin fiestas otro año es el menor de los costes que nos ha supuesto a todos la pandemia. Ha habido, como es evidente, efectos mucho peores. Así que aceptémoslo y no intentemos engañarnos pasando la juerga a esas supuestas ‘no fiestas’ que incitan a la insolidaridad.

Asunción Montillera Herrero
ZARAGOZA
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