Menos globalización
Mercancía lista para ser exportada en puertos sin contenedores y contenedores vacíos en otros sitios donde no hay nada que transportar. «Es como si con la paralización de la economía mundial la secuencia de la cadena de valor se hubiera alterado y ahora tiene que reordenarse». Lo decía Manuel Teruel, presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza, en una entrevista publicada ayer en este diario. «El equilibrio perfecto de la industria se ha roto con la crisis», afirmaba.
Desde hace ya meses vengo escuchando más y más voces autorizadas que hablan del fin de la globalización, al menos tal y como la hemos conocido hasta ahora. La covid-19 ha frenado esa interconexión entre economías de puntos tan dispares, esa que ha permitido que fábricas de distintos sectores de actividad puedan ensamblar sin dilaciones un automóvil o un electrodoméstico, por ejemplo, con componentes producidos en factorías de países remotos a precios muy bajos. Esa interconexión entre economías que, también, hacía más rentable que los equipos de protección individual (EPI) sanitarios que se habían utilizado aquí, como las mascarillas, viniesen siempre de países asiáticos.
«Vamos a un mundo menos global y más local», decía también a este periódico recientemente Clemente González Soler, presidente ejecutivo del grupo Alibérico, propietario de la factoría de laminación de hoja fina de aluminio Iberfoil Aragón, ubicada en Sabiñánigo. La posibilidad de volver a padecer una pandemia, el cierre de fronteras o las huelgas, apuntó, obligan a los gobiernos a garantizar la producción de alimentos y la presencia de industrias esenciales en el propio país. El grupo empresarial, de hecho, anunció hace unos meses un proyecto de economía circular en esa planta del Alto Gállego que conlleva una inversión de 42,3 millones de euros y que, entre otras cosas, persigue suplir con producción propia material que hoy está trayendo de fuera.
Hay una corriente que empuja a pensar en recuperar ahora la autonomía industrial perdida con la globalización, pero sería poco realista pensar, y mucho menos desear -por la cuenta que nos trae- un retroceso de esa globalización a gran escala. Sobre todo si tenemos en cuenta que ha sido justo la apertura de mercados en todo el mundo la que ha permitido a nuestras empresas superar crisis económicas como la vivida tras la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008 y los años siguientes. El sector exterior ha sido, para muchísimas compañías, el camino más idóneo de compensar la caída de la demanda interna, además de que triunfar fuera de nuestras fronteras ha sido un gran aliciente de las empresas para ganar competitividad.
Consciente de todo esto, José Luis Curbelo, presidente de Cofides (Compañía Española de Financiación del Desarrollo), señalaba en una entrevista en nuestras páginas en junio que lo ocurrido con la pandemia no le ha hecho pensar en el fin de la globalización, aunque sí en nuevos replanteamientos. «Probablemente las globalizaciones deberán ser más regionalizadas», indicaba en referencia a Europa, en nuestro caso, o a limitar más el intercambio de suministros a países que nos son afines por su forma de actuar. «Lo mismo que los economistas hablamos de áreas monetarias óptimas, yo diría que hay que buscar áreas comerciales óptimas», puntualizaba.
Frente a esta nueva realidad, las empresas industriales deben ahora replantear sus formas de trabajar. Lo están haciendo ya, de acuerdo a sus expectativas, sabiendo seguramente que hay que realizar ajustes continuamente. La autonomía industrial, en cualquier caso, está llamada a ser una apuesta más generalizada, tal y como se está viendo en el sector de la automoción, donde sopesan recuperar la fabricación de ciertas piezas mientras preparan cuantiosas inversiones en fábricas de baterías.
