El mártir de la tirolina

La experiencia de lanzarse por una tirolina supone una descarga de adrenalina.
La experiencia de lanzarse por una tirolina supone una descarga de adrenalina.
Laura Uranga

Sobre el fondo de un paisaje de montaña, protagonizan la imagen dos personas en una situación un tanto grotesca. 

Están embutidas en sendos arneses, suspendidas horizontalmente de un cable, polea mediante, boca abajo y con los brazos paralelos a los cuerpos. Por posar, o por ser el gesto propio de la actividad que realizan, el caso es que en ese instante las cabezas de ambos individuos, convertidos en misiles humanos, están erguidas, en ángulo recto con las espaldas.

De modo que, pese a los cascos estilo Hormiga Atómica, las gafas protectoras y las mascarillas sanitarias que cubren sus barbillas, reconozco esos rostros. Uno de ellos pertenece al amigo que ha enviado la foto, junto a la información siguiente: «En la tirolina de Ordesa, un subidón tremendo». Como no estoy iniciado en tales prácticas, he de suponer que, en este supuesto, dicha expresión alude al trance producido por la descarga de adrenalina y otras sustancias en los organismos de quienes, dejándose llevar por el anhelo de surcar el aire, han descendido vertiginosamente por la tirolina.

En este sentido, si hace dos semanas traté aquí de la atracción humana por el medio acuático, hoy aprovecho para precisar que la pasión por volar, a diferencia de la que se tiene por flotar, no es innata, sino cultural, puesto que no procedemos de formas de vida voladoras. Así que, deturpado el paisaje por la atracción de feria, lo más natural que veo en la foto de que tratamos es el martirio al que un padre está dispuesto, consciente de que será en vano, para que su hija adolescente lo siga adorando.

jusoz@unizar.es

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