Hoy se cumple un cuarto de siglo desde aquella aciaga tarde del 7 de agosto de 1996 en la que Biescas sufrió la mayor catástrofe natural de la historia reciente de Aragón. Ochenta y siete personas, entre ellas veintisiete niños, murieron cuando el campin Las Nieves quedó devastado por una lengua de agua que colapsó las presas del cauce artificial y arrastró lodos, rocas y árboles. Los supervivientes intentan pasar página, pero fue una inmensa tragedia que aún duele. La Comunidad, que a partir de ese desastre mejoró de forma notable la gestión de emergencias y la prevención de riesgos, guarda un recuerdo indeleble y honra la memoria de las víctimas. 

Los veinticinco años transcurridos desde que la riada arrasó el campin biesquense, peligrosamente situado en el barranco de Arás, no han podido sofocar el dolor por las ochenta y siete víctimas mortales. A honrar su memoria y a recordar el sufrimiento de tantas familias están dedicados el parque y el monumento que el Ayuntamiento de Biescas inauguró hace cinco años, al cumplirse el vigésimo aniversario. Junto a la memoria de los que murieron, es justo también conservar la imagen de la solidaridad con la que todo el valle se volcó en la atención de los afectados y del denodado trabajo de los equipos de rescate en medio de un panorama dantesco.

La riada sirvió para aprender relevantes lecciones y marcó un antes y un después en la respuesta a las grandes catástrofes, por parte de los profesionales y de los voluntarios. A raíz de este episodio cambió la legislación, los planes para afrontar las emergencias y la atención psicológica a las víctimas. Aunque los tribunales descartaron la existencia de responsabilidad penal, sí señalaron que lo ocurrido era previsible y evitable. Una enseñanza que no se escuchó a tiempo, pero que debe permanecer en la conciencia colectiva, es que la seguridad de las personas es siempre lo primero.