Obstáculos para el progreso

Pleno en el Congreso de los Diputados.
'Obstáculos para el progreso'
Europa Press

Mal que bien, la incidencia de contagios de covid parece que está bajando, y es posible, si la cosa sigue así, que a lo largo del mes de agosto volvamos a niveles menos inquietantes. Ojalá.

También los datos económicos que vamos conociendo ofrecen espacio para la confianza, aunque sin tirar cohetes. La economía española y su mercado de trabajo pueden volver a crecer con fuerza en la salida de la crisis pandémica, y tienen la oportunidad de aprovechar el impulso de los fondos europeos y de las grandes transformaciones productivas que están en marcha. De nuevo, ojalá.

Pero el mayor obstáculo para el progreso de España y para la tranquilidad de los españoles en el próximo futuro sigue estando donde ha estado en los últimos años, al menos desde 2015: en el ámbito político, en un clima enrarecido de lucha partidista de corto alcance. Y de eso no se le puede echar la culpa a ningún virus. Que en la situación más dramática que se ha vivido en muchas décadas, las fuerzas políticas principales hayan sido incapaces de dar al Estado una sensación de fortaleza, que prácticamente no se hayan ni planteado llegar a acuerdos de calado, es una realidad desalentadora. La fragmentación y la radicalización de amplios sectores de la opinión juegan en contra de una concepción de la política más moderada y constructiva, capaz de inspirar consensos y de sostener un proyecto nacional. Ya sabemos que esta ‘gripe’ de la democracia no es un mal exclusivo de España, pero eso no nos sirve de consuelo. Y de momento, nadie ha inventado una vacuna

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