Por
  • Pedro Cía Gómez

Las palabras y la salud

'Las palabras y la salud'
'Las palabras y la salud'
F.P.

Resulta hoy curioso el relato que Irene Vallejo nos ofrece en su ensayo ‘El infinito en un junco’ en referencia el orador griego Antifonte, quien abrió en Corinto una consulta dedicada a la escucha atenta de enfermos para después, mediante explicaciones, poder curar o aliviar sus dolencias, recurriendo exclusivamente a las palabras.

Las palabras del enfermo ya de por sí, aparte de sus funciones comunicadoras, poseen funciones que benefician al que habla, según explica el profesor Laín Entralgo: Hacen que la persona que las pronuncia se sienta acompañada. Tienen también para el que habla una función liberadora, liberan de alguna manera de carga psíquica a quien expresa sus sentimientos. Ejerce además la palabra en la misma persona que habla una función ordenadora, contribuye a clarificar lo que nos sucede; es lo que señala Irene Vallejo cuando en el citado relato dice que "buscando las palabras a veces se encuentra el remedio". Tienen, en fin, las palabras una función autoafirmadora de quien las pronuncia.

Las palabras pueden contribuir en gran medida a aliviar el sufrimiento de un
enfermo. Si no curan, sí cuidan

Por todo ello, es importante nuestra actitud de escucha ante el paciente, una escucha activa en la que, claro está, caben preguntas sobre lo que nos explica el enfermo o gestos de asentimiento, etcétera.

Pero también nuestras palabras pueden ayudar a curar. En los diálogos de Platón (concretamente en el ‘Cármides’) se resalta el valor de los "bellos discursos", es decir de las palabras adecuadas que harían que los fármacos alcanzasen su máxima eficacia. Las "palabras reconfortantes", según expresión de Irene Vallejo, las usan quienes prestan cuidados, a veces los llamados cuidados invisibles (sonrisas, gestos diversos, frases que animan, etc.), que pueden pasar desapercibidos, que no constan en las gráficas clínicas, pero que al enfermo le sirven de apoyo y estímulo constante (Irene Vallejo: ‘Cuidados invisibles’, HERALDO, 20 de octubre de 2014), evidenciando que aquellos "bellos discursos" de los antiguos médicos griegos son hoy las sencillas "frases reconfortantes" que todos podemos pronunciar. Así, nuestro contemporáneo el doctor Van Den Berg (en ‘Psicología del enfermo postrado en cama’) recomienda naturalidad en los diálogos con el enfermo. Dice este autor que evocar por ejemplo situaciones de la vida del enfermo y del círculo familiar y social al que él pertenece, dejándole ver que se sigue contando con su ‘presencia’ en su mundo de siempre, fuera de la habitación del hospital, es reconfortante para el paciente. Advirtamos, no obstante, que estas y otras palabras animadoras no deben basarse en expectativas imposibles. Es preciso, además, mostrar que somos conscientes de la importancia de la enfermedad, sin tratar de minimizarla, pues el paciente se sentiría incomprendido. Se verá en cambio aliviado si nos ponemos en su lugar, si le mostramos empatía con nuestros gestos y palabras.

Y esa es una perspectiva que tanto el médico
como quienes acompañan al paciente deben tener muy en cuenta

A veces las palabras nos aportan significados más profundos. Así, en ‘El infinito en un junco’, evoca Irene Vallejo, en su minucioso y ameno recorrido por los escritos de la Antigüedad, cita la frase del Evangelio "una palabra tuya bastará para sanarme". Esta cita hace pensar que esa "palabra tuya", meditada, respetuosa y por supuesto reconfortante, es la que esperan muchas veces los pacientes en situaciones de enfermedad cuando se plantean reflexiones trascendentes (que no rara vez afloran incluso en pacientes considerados como poco o nada ‘religiosos’). También las palabras proporcionan la necesaria asistencia espiritual. Las palabras que ayudan a curar o al menos a cuidar son patrimonio de los profesionales, pero también de todos los que cuidan del enfermo. 

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