Si la medimos por el número de contagios, la sexta ola del virus es equiparable a los peores momentos de la pandemia. 

Pero se diría que tanto las autoridades como la sociedad hemos decidido tomárnosla con calma, incluso con una cierta sangre fría. Hemos ya asumido, con las vacunas y la rápida desescalada, que estamos en la última fase de este mal trago, a punto de salir del todo del túnel. Y quien más quien menos, aunque lamentando las imprudencias y excesos de los demás, procura ir haciendo una vida que se parezca lo más posible a lo normal. Así que los responsables políticos tampoco se han dado prisa en reaccionar.

La DGA ha esperado hasta ahora, cuando llevamos tres semanas con la incidencia disparada, para apretar un poco más las tuercas de las restricciones e intentar reintroducir, solo en las poblaciones más afectadas, el toque de queda. Aunque, para no alarmar, la expresión ‘toque de queda’ fue cuidadosamente evitada en la rueda de presa de ayer por la consejera y sus colaboradores, que se refirieron a esa medida con un circunloquio eufemístico: limitación de la movilidad nocturna.

La razón que nos permite afrontar esta oleada vírica con nervios más templados es la suposición de que no se van a llenar los hospitales ni por supuesto las ucis. La atención primaria ya asume la Consejería que está supersaturada, pero aparte de dar las gracias a los profesionales y ofrecerles "un monumento" no les anuncia ningún alivio. Y en cuanto a los centros hospitalarios, es verdad que estamos lejos de ver las cifras de ocupación que se produjeron en otras olas, pero los ingresos están subiendo y habrá que ver hasta dónde llega la riada. En Cataluña, la ocupación de las uci por pacientes covid anda ya por el 38% de las plazas; y Cataluña está ahí al lado.

Así que crucemos los dedos y confiemos en que esta apuesta que hemos hecho a que la sexta ola va a ser distinta y menos destructiva nos salga bien.