Por
  • Octavio Gómez Milián

Sopeña

Gabriel Sopeña, vicedecano de Cultura, Proyección Social y Relaciones Institucionales de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza
'Sopeña'
Toni Galán

Hoy vuelve a los escenarios el poeta Gabriel Sopeña. 

El poeta prepara con mimo la salida de su próximo disco y alguna de las nuevas canciones sonarán esta noche en el Parque Grande. Gabriel Sopeña lleva maridando rock y poesía desde el final de los ochenta y sus textos, cada vez más confesionales, recuperan y actualizan una voz, entre el barrio de Casablanca y las mil vertientes del Moncayo, que son como el cielo en el que los aragoneses nos miramos: azul cuando toca, nublo cuando vienen mal dadas. Gabriel tiene los dedos manchados de hilos de nylon embarrado, de aleaciones místicas con las que dio comienzo la civilización. Cada oleada de jóvenes que descubre la magia del violín de Scarlet Rivera o el tumbao de Rubén Blades en una esquina del Harlem español, acaba llegando a Sopeña. Lo sé porque yo fui uno de ellos. No necesita que nadie le dé sellos de calidad para una profesión que él mismo inventó, no es el final, es el camino, ya lo decían los ‘beatniks’. Mandolinas y aceites esenciales recuperados de ánforas en el Mediterráneo, bandurrias con las cuerdas tan apretadas que no hay falcata suficientemente afilada en todo el desierto de Mojave como para cortarlas, armónicas afinadas en el tono que derrumbó las murallas de Jericó. Eso es Gabriel Sopeña, un motel limpio y humilde en mitad de la autopista de nuestras vidas, una versión apócrifa del ‘Cantar de los Cantares’ arreglada por Rick Rubin, un hombre de pluma y tambor, el último que nos queda.

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