Por
  • Sergio Royo

Incompletos

'Incompletos'
'Incompletos'
Pixabay

Yo hubiera querido ser rebelde y poner siempre los pies encima de la mesa…", comienza un cuento Carlos Castán. 

Caminamos con una china en el zapato, afirma Millás, y ahí, a la altura de los omóplatos, a veces tenemos la sensación de que debiera haber una cicatriz por las alas perdidas, porque no hemos renunciado a las ganas de volar. Y no es que no tengamos una vida maravillosa, con una familia excelente, amigos que no fallan, un trabajo aceptable, una rutina establecida, comida en la mesa o un hogar donde llegar. No tiene que ver con eso, porque podrían llamarnos y con razón repelentes o ingratos. Es algo que va más allá, mucho más allá, hasta el fondo del alma o en el centro del pecho, donde se aloja "aquel idioma que quisimos aprender y no tuvimos tiempo", tú también quisiste decir unas palabras con fluidez en ruso sin tirar de diccionario, el año en Nueva Zelanda que no llegaste a pasar y esos sueños incumplidos de montar una librería o hacer un curso de paracaidismo para los que no encontraste momento o ahorros.

Como espigas en las patas de los perros, por utilizar una comparación distinta, notamos en nuestro orgulloso y cansado caminar una incomodidad que se formula en subjuntivo, yo hubiera o hubiese querido, y sin embargo. Y sin embargo, tú y yo y tantos, aquí estamos, plenos pero incompletos, sabiendo que lo que nos une a todos los seres humanos es posiblemente –o precisamente– aquello que nos falta.

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