Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

Decisiones sin reblar

La vacunación no ha avanzado al ritmo que hubiera sido deseable.
La vacunación no ha avanzado al ritmo que hubiera sido deseable.
Alberto Ortega / Europa Press

Después de año y medio de pandemia hemos aprendido poco, pero algunos, menos.

 No ha sido suficiente el inmenso dolor personificado en las más de 3.500 víctimas aragonesas que se marcharon sin ni siquiera tener la opción de ser vacunadas. No parece que hayamos entendido que el sistema sanitario no se debe tensionar hasta el punto de conducirlo al borde del colapso. Y tampoco se comprende que existan aún comportamientos personales, y no solo entre la población más joven, que invitan a reflexionar sobre la solidaridad y los valores de quienes desafían las normas para exponer a todos los demás a un peligro real.

La carrera de despropósitos continúa en toda España, no solo en Aragón. Llegamos al verano sin las suficientes vacunas por el fiasco de la Unión Europea y desescalamos progresivamente con el guirigay de las comunidades autónomas patrocinado y auspiciado por el Ejecutivo de Sánchez, en una carrera para comprobar quién tomaba la decisión más audaz y era menos centralista. Seguimos sin contar con una ley unificada que hubiera dado una respuesta general a una situación bastante parecida en Huelva y en Teruel, pese a que algunos políticos insisten en que esto va de marcar fronteras. Como se ha comprobado por enésima vez, no es así.

La responsabilidad no se le debe descargar por completo al muchacho que es incapaz de mantener un comportamiento ordenado dentro o fuera de casa. Los poderes públicos tienen que velar por la seguridad de todos con la toma de decisiones que deben acometerse sin reblar pese al riesgo de que las pueda voltear la Justicia, precisamente por la ausencia de un paraguas legal adecuado. Si el ocio nocturno no debe abrir, que no levante la persiana, pero que se aborde la manera de sostener los negocios. Hemos cometido otro error mayúsculo en las últimas semanas pese a que supuestamente habíamos aprendido del peor año imaginable. Antes de que los desafíos se diluyan, aún habrá algún regidor que solo esté pensando en cómo salvar la procesión. O todos asimilamos, empezando por nuestros gobernantes, que el coronavirus ha venido para quedarse o nos abonaremos al fracaso permanente. Nos va la vida en ello.

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