La final del 94

La afición zaragocista, celebrando el triunfo del último partido jugado en La Romareda, con victoria por 2-0 ante el Oviedo: hace ya 22 días días de aquello.
'La final del 94'
José Miguel Marco

Mi localidad, regalo de un amigo, se hallaba debajo de la tribuna principal, en una zona destinada, en principio, al público neutral de aquella final de la Copa del Rey de 1994, disputada por el Celta de Vigo y el Real Zaragoza. 

Como el resto del graderío estaba taxativamente repartido, desde mi posición podía presenciar en estéreo los colores y la exaltación de ambas aficiones, que llenaban a partes iguales el estadio Vicente Calderón. Todo un espectáculo.

Yo seguía el fútbol por la tele y nunca había visto algo así in situ. De modo que esa noche caí en la cuenta de la tremenda presión ambiental a la que suelen enfrentarse los futbolistas de élite, quienes, en general, por muy profesionales que sean, son unos chavales. Hablo de una presión que es brutal incluso siendo animosa y respetuosa, como la que predominó en aquella final, en la que la afición derrotada aplaudió a los vencedores. Con el paso de los años, en ocasiones posteriores también he presenciado en directo la otra cara de la moneda, la intimidatoria, amenazante, vejatoria o racista.

Abuchear es miserable, incluso para discrepar de un acto miserable. Pero abuchear a quien, mientras grita la multitud y sabiéndose televisado planetariamente, yerra el control con el pie de un balón chutado a treinta metros de distancia, es propio de idiotas. Si, además, se burlan, ofenden y amenazan al jugador en las redes sociales, entonces cabe la sospecha de que, además de idiotas, se trate de personas profundamente acomplejadas que, aunque lo ignoren, con ese comportamiento están pidiendo ayuda y compasión.

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