Por
  • Alfredo Compaired Aragüés

Cajal y la ciencia española

'Cajal y la ciencia española'
'Cajal y la ciencia española'
Heraldo

Numerosas biografías se han escrito sobre Santiago Ramón y Cajal, que da nombre al Premio Nacional de Biología por decisión del Ministerio de Ciencia, alegándose la importancia de su investigación. 

¿Pero qué hizo Cajal sino investigar hasta altas horas de la madrugada? El microscopio significó su máximo sostén, su más generoso bienestar, obrero infatigable tras años y años de trabajo en solitario. Sus logros han permitido que hoy se le considere como el fundador de la Neurociencia moderna, capaz de desarrollar su gigantesca obra científica con sencillos medios instrumentales pagados de su bolsillo. Su obra magna, ‘Textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados’, que recogía sus investigaciones de quince años de trabajo, es el libro más completo que se ha publicado sobre la estructura del sistema nervioso. Según su nieto, S. Ramón y Cajal Junquera, catedrático de Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de Zaragoza, a quien tuve el honor de conocer, es la obra científica más importante escrita en España, y representa para nuestra ciencia lo que el Quijote significa en la literatura hispana. Orgullosa tiene que estar la ciencia ante este gran sabio y neurohistólogo, en un país en el que han abundado literatos, monjes, aventureros e inquisidores, guerreros y místicos, en modo alguno hombres de ciencia. Tuvo conciencia de ser un privilegiado en un país atrasado. En este sentido, se le puede considerar un heterodoxo o una excepción. De ahí que dijera que el problema de España era un problema de educación, de un atraso de siglos respecto de otros países europeos. La ciencia española necesita regenerarse como se regenera un órgano enfermo o el sistema nervioso. Y Cajal supo demostrar que también los españoles somos capaces de hacer ciencia original. El sabio aragonés intentó descifrar el enigma de la vida a través de un pedazo de vidrio, con el auxilio del revelado fotográfico. Siempre le alarmó la ignorancia y le apaciguó el saber. De ahí, la importancia de sus palabras: "Si yo careciendo de talento y de vocación por la Ciencia, por el solo impulso del patriotismo y de la fuerza de voluntad he conseguido algo en el terreno de la investigación, qué no lograrían esos primeros de mi clase, si se propusieran aplicar seriamente sus grandes facultades a la creación de la ciencia original. El secreto para llegar es muy sencillo; se reduce a dos palabras, trabajo y perseverancia".

Considerado el fundador de la Neurociencia moderna, la obra del Premio Nobel
aragonés representa para nuestra ciencia lo que el Quijote para la literatura hispana  

Cajal fue algo más que premio Nobel de Medicina, un humanista en el amplio sentido de la palabra. En su larga vida supo compaginar el cultivo de la ciencia histológica con otras muchas facetas del conocimiento humano. Hombre con sincera vocación por el arte de la pintura y el dibujo, pionero de la técnica fotográfica en nuestro país; jugó una importante influencia educativa y desarrolló una actividad como autor literario, que fue recompensada con la elección de académico por la Real Academia Española en 1905. Su biblioteca privada llegó a reunir diez mil volúmenes de todo tipo de libros, lo que le proporcionó extensa cultura, permitiéndole tratar cualquier tema. Por otra parte, llama la atención la ejemplar vida del aragonés universal, premio Nobel de Medicina en 1906, toda una existencia llena de honestidad. Por parecerle excesivo, renunció al incremento de sueldo como director del Instituto de Investigaciones Biológicas, porque diez mil pesetas eran demasiado sueldo anual, conformándose con las seis mil. No aceptó el honor de ser ducado de Cajal con Grandeza de España que intentó concederle Alfonso XIII, considerando banal el cargo de ministro de Instrucción Pública. Todo un ejemplo de probidad. Un hombre total. Dudo que la ciencia sea capaz de asumir una vida tan ejemplarizante como la de Cajal, tanto a nivel científico como humano.

El sabio aragonés falleció en Madrid a los 82 años de edad, siendo el suyo un entierro civil, pero la familia rezó rosarios y encargó misas gregorianas por su alma, distribuyendo un recordatorio familiar, con la efigie del sabio y el símbolo del Crucificado. Pero la España que tanto amaba el sabio, se metió en un callejón sin salida, precipitándose en el abismo de la Guerra Civil. Algunos de sus discípulos acabaron en el extranjero, y otros fueron destituidos de sus cátedras, perseguidos y vejados por la dictadura del franquismo. No obstante, el maltrato, el abandono y la cerrazón cultural no lograron postergar la memoria del sabio aragonés. Pero falta un memorial, el Museo Cajal, demandado durante tiempo, que ahora el Gobierno de España quiere impulsar, tal como señaló el ahora exministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque. Mientras tanto, el legado de Cajal permanece en el Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

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